Entrevista a Juan Fernando Andrade

Hoy, el diario Expreso (en su edición impresa, no web) sacó un especial denominado "Guayaquil Universitario". ¿La idea? Poner a escribir a estudiantes de Periodismo de ocho universidades diferentes

Dos semanas como reportero del Extra

Cada que cuento que trabajaré en el Extra, alguien intenta asesinarme. Y por cualquier vía. Ya sea llamándome a mi celular, enviándome un mensaje por Twitter o insultándome cara a cara, como Dios manda

¡Los peligrosos deportes inofensivos!

Es una despiadada mentira decir que los deportes mortales son los que te matan. Mi experiencia muy cercana con deportes, aparentemente, inofensivos me lleva a afirmar todo lo contrario

If you are going [...]

Gerry

Cuando terminé de ver esta peli, no sabía si ponerme de pie y aplaudir efusivamente o regalarme (urgente) un fin de semana en un spa

Terminemos el Cuento (2008)

Ya son casi 3 años desde que obtuve el segundo lugar en Terminemos el Cuento: uno de los concursos literarios más importantes del país

sábado, 25 de septiembre de 2010


By Arturo Cervantes with No comments

jueves, 16 de septiembre de 2010

Endoscopía (parte II)

Y la encontraron. Ahí estaba, relajada, haciendo de mi estomago su feliz morada: una úlcera.
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Sonrió a la cámara cuando la enfocaron. Yo la vi, no del todo, pero algo pude observar de su maquiavélica textura. Lo que pasa es que la enfermera treintañera que me atendió (niños: nunca le sonrían a una enfermera treintañera con un bisturí), cada que intentaba ver el televisor, me agarraba un cachete hasta virármelo por completo, de manera que me impidió ver con claridad la vida animal que, sólo ahora lo sé, habita dentro de mí. “¡Déjame ver la pantalla, no me asusta lo que veo!”, le dije con tono asustado, pero después me di cuenta que, en realidad, nunca llegué a decirlo. Grifo como estaba por la anestesia, tan sólo alcancé a balbucear esas palabras. Lo demás es un relato de un paciente que, si bien es cierto tenía los párpados estirados de par en par, estaba más volado que Papa Noel en Nochebuena (cuando le toca la maratónica misión de repartir regalos a medio mundo. Y lo logra. ¿No sabían, niños, que su demacrado ídolo barbón es un drogadicto por excelencia?).

Bosques rojizos. El inigualable Mar Rojo. Neblina causada, según dicen, por aspirar demasiado humo (chiquillos: nunca apliquen la de Popeye). Culebras negruzcas. Y, casi en el centro de ese panorama magnífico, un cráter. O algo que se asemeja a un cráter. Pero inmenso. A punto de reventar. Una úlcera gigantesca que asustó a todos: “¡Cómo este pelado de 20 años guarda en su estómago cosa semejante!”, chismoseaban las enfermeras. Pero ellas pensaron que, en mi somnolencia, jamás las escuché. Pobres ingenuas.

La expedición fue todo un éxito, si me preguntan. Encontraron a la causante de tanto mal. Lo cual es bueno, por una parte. Y mala, por otra: en pocas horas tengo una nueva cita, y me van a dar más recomendaciones que las que medio planeta le ha dado a Tiger Woods por su naturaleza descarriada. No es mi caso, por supuesto.
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(Continúa con el nuevo régimen de vida)

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lunes, 13 de septiembre de 2010

Endoscopía (parte I)

El doctor me lo explicó con un lenguaje jodidamente técnico. Así que aquí va la versión prescolar, para ustedes, queridos niños:
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Mañana mi estómago va a ser mediático. Famoso. Popular. Visto por todos. Exactamente a las 09h00, una mini-cámara será insertada por mi garganta, se deslizará en picada hasta llegar a la boca de mi vientre, y en ese instante experimentaré mi media hora de fama.

El interior de mi estómago en vivo y en directo. En señal abierta, apta para el público en general. El programa se llama: “Endoscopía”, y es una exhaustiva investigación periodística que tiene por objetivo encontrar las razones de un ardor estomacal que, ¡pobre de mí!, me aqueja hace bastante tiempo. Que me hace levantar en las madrugadas. Que me obliga a lanzar muecas y gritos en los lugares menos favorable. Que es más fuerte que yo.
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La cámara en cuestión navegará por un mar llamado "Jugo Gástrico", visitará unas cuántas islas, las analizará y extraerá unos cuantos pedazos de recuerdo. Pedazos que, también, una vez finalizado el viaje, serán analizados. "En busca de una posible úlcera", podría ser un tagline ideal para este programa. ¿Recuerdan las aventuras de los "Thornberrys"? Pues bien, esto será igual de divertido, pero sin tanta pausa comercial y sin la compañía de Darwin, el chimpancé más tarado del mundo. No habrá, tampoco, esfuerzos estúpidos por conseguirle novia a la tortuga George.

Previamente, una inyección me tumbará. Una aguja gigante se introducirá en mis venas y me hará dormir. Yo, en las nubes, grifo como un Papa Noel, mientras otros, en tierra firme, me ven a través de una TV.

Si es que el pulpo Paúl no decide lo contrario, y me levanto después de mi sueño obligado de dos horas, esta historia continuará. Eso quiere decir que les contaré mi experiencia (¡duh!).
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¡Y recuerden, adorables niños, que Barney es gay!

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domingo, 15 de agosto de 2010

Aquí va:


Jamás se me cruzó por la cabeza: ¿escribir las reacciones que provocó la última crónica que publiqué en SoHo (N°91)? No podría decir que no lo consideré necesario. Simplemente, insisto, ni siquiera se me ocurrió hacerlo.

Pero es necesario.

Talvez porque estoy dando mis primeros pasos en esta carrera.

O porque no es tan sencillo soportar tanta carga. Tantas críticas.

Porque, ingenuo quizás, jamás imaginé que una crónica podría generar tantas llamadas a mi celular, tantas cartas a mi e-mail.

Porque ni siquiera sabía que me leían tanto.

Y, más que nada, porque, al escribir esto, estoy agradeciendo a una talentosa ex periodista, con quien tuve una larga conversación y que me dio esta grandiosa idea.

"Yo quisiera leer una segunda parte", me dijo. "¿Qué pasó después de que publicaste la crónica?".
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¿Pues qué les diré? Mis hermanas no me hablaron por semanas, mis viejos tomaron la misma actitud y algunos amigos me estrecharon la mano y me abrazaron, como si hubiese ganado algún premio importante. Es extraño. Otras crónicas mías han pasado desapercibidas. Es extraño, pero tiene lógica. Los temas que hasta entonces había escrito eran diferentes. No hay que ser un genio del mercadeo para comprender que el tema que me ofrecieron vende.

Cuando decidí dedicarme al periodismo, decidí estar dispuesto a todo. Cualquier tema, si se le da un trato delicado, puede ser periodístico. Cualquiera. Si me envían a tierras lejanas a buscar a Osama Bin Laden, lo hago. Si se trata de entrevistar al abogado del Diablo, ahí estaré, frente con frente, averiguando por qué lo defiende.

¿Por qué acepté la propuesta de la revista: probar los anuncios de la "Zona picante" del diario Extra y escribir mi experiencia?

Primero, porque sabía que la primera persona iba a estar latente. Porque me fascinan las crónicas testimoniales, en las cuales la voz del periodista se siente, y detesto las crónicas frías, con narradores que se creen Dios. Sabía que el tema se prestaba para jugar, para no ser tan serio, para ser irónico. La propuesta, entonces, periodísticamente hablando, me pareció interesante.

Segundo, porque lo hice para una revista inteligente, que utiliza el tema sexual de la misma forma como los griegos usaron el Caballo de Troya. En palabras de Daniel Samper, el editor general, las fotos de modelos famosas en situaciones eróticas ha sido una especie de trampa, pues dentro hay artículos y crónicas muy interesantes, de firmas muy reconocidas a nivel mundial (no me incluyo, por supuesto). Porque no escribiría lo mismo para el diario Extra, el medio al que, justamente, critico de una forma disimulada en la crónica que escribí.

Y tercero, porque aún poseo la virtud (si es que se la puede llamar así) de escribir sin pensar dos veces. Porque, si moriría y me reencarnaría en el cuerpo de un escritor, volvería a escribir lo mismo.
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Reciéntemente, la crónica de un amigo de la U, publicada en la revista de la facultad, recibió más críticas que el anuncio de Obama de construir una mezquita cerca de la "Zona cero". Con un lenguaje desenfadado y un estilo de escritura atractivamente frío, su crónica (una crítica a la idiosincracia de la política de la facultad: el sexo y el alcohol como artimañas para captar los votos de los estudiantes del preuniversitario) dividió a la facultad. Un día, me acerqué donde él y le pregunté cómo se sentía. Antes de su interminable discurso, él sonrió. Es el mismo gesto que me descubro gracias al protector de pantalla de la computadora en la que, nuevamente, si pensarlo dos veces, escribo este texto.

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domingo, 8 de agosto de 2010

El llanto de las armas de Chimbo


El llanto de las armas de Chimbo
Por Arturo Cervantes

Fotos: Omar Sotomayor

El ambiente armero se siente inclusive antes de llegar. Fernando Jiménez, el taxista que me lleva desde Guaranda hasta Chimbo, elaboraba hasta hace poco revólveres. El trayecto es corto, demora alrededor de veinte minutos. El viaje lo amenizan extensas plantaciones de maíz (con trabajadores vestidos a la altura de la moda indígena), tres moteles de nombres risibles ("Tú y yo", "Sol y Luna" y "Venus, la diosa del amor") una que otra tapicería y mecánica automotriz y numerosas casas rústicas, todas rodeadas por el torrentoso río Chimbo.

Para pisar San José de Chimbo es necesario descender. A pesar de sus considerables 2.500 metros sobre el nivel del mar, el pueblo se encuentra en una hoya, lo que hace necesario que Fernando baje su Chevrolet Corsa amarillo por una cuesta empedrada. Esa casualidad geográfica, me regala una generosa vista del cantón que estoy a punto de conocer. Visto desde arriba, este es un pueblo inacabado. La mayoría de sus construcciones están a medio recorrido: sin enlucir, sin pintar, dejando ver sus costuras, sus enormes ladrillos y fierros que brotan de los pilares que las sostienen, así como sus improvisadas terrazas que, en un futuro, podrían convertirse en pisos adicionales. La mayoría de las casas tienen techos de teja, balcones y chimeneas rústicas.

Camino por las adoquinadas calles de Chimbo. Todos los talleres que visito lucen polvorientos, desolados. Los armeros, sin excepción, se refieren a las armas en pasado. Encienden las luces de sus pequeñas fábricas y cuentan historias que, da la impresión, se encuentra a años luz de distancia.

Bajo con la premura propia de cuando se pisa una calle construida en una pendiente. Aplico, cada tanto, los frenos de mis zapatos para no caer de orejas. No tengo intenciones de detenerme en ningún taller hasta llegar a suelo plano, pero un señor vestido con impecable terno y sombrero negro –que, al verme pasar, seguramente nota mi apariencia forastera- me hace cambiar de opinión: "Yo soy Gilberto Mora, el herrero más viejo de Chimbo. ¿Qué desea?, ¿qué está buscando?", me pregunta con voz debilitada. Gilberto, de 86 años, está sentado en una silla de plástico, a la entrada de su local, observando el poco movimiento exterior.

Hace veinte años, las manos de Gilberto fueron las encargadas de hacer gatillos, tubos, cachas y tambores: piezas indispensables para la fabricación de las armas. Haciendo uso del entonces muy empleado querosín, prendía fuego y, con la ayuda de una lima especial y un taladro, daba vida al hierro. Pero nada de eso queda en su taller. Lo único que permanece es lo adquirido en los grandes almacenes de Guayaquil. A Gilberto Mora también se le ocurrió la grandiosa idea de viajar a esa ciudad porteña para comprar materiales de construcción que no existían en Chimbo. Fue el primer chimbeño que pensó de esa forma.

Pero ahora ya no hace nada de eso. Ahora su taller es un museo de reliquias. Todo lo que en repisas y en vitrinas se exhibe, se quedó en el pasado. Rulimanes de todos los tamaños, inmensas tijeras para cortar alambres, cinceles disímiles, resortes de distintas clases, llantas para máquinas, pistones para carretas. Todo, absolutamente todo, está oxidado y polvoriento. Gilberto se quedó en los tiempos del sucre; lo cual es literal: él sigue cotizando sus productos con esa moneda en desuso. Lo cierto es que ya nadie va a su taller. Hace veinte años que dejó de trabajar. Sus días transcurren con relativa tranquilidad. Permanece, la mayor parte del tiempo, sentado fuera de su negocio ficticio, disfrutando la cómoda vida que le han regalado sus hijos: una empleada que cuida de él y de su esposa, y todo el dinero necesario para la alimentación, vestimenta y salud de ambos.


Gilberto Mora

Continúo. Bajo la cuesta. A pocas cuadras del taller de Gilberto, se encuentra el de Isidro Peña. Con 48 años a cuestas, Isidro recuerda la época en la que a Chimbo llegaban clientes de todo el país para comprar sus cotizadas carabinas de cacería. Las compraban camaroneros para espantar a los animales depredadores de sus criaderos; o simples cazadores de tortolitas, conejos, capibaras, venados, loros y monos.

Isidro pronuncia el código que lo identifica como fabricante de armas: ECO70. Para los armeros, las series de ese tipo equivalían a los números de la cédula de identidad. Ese código, validado por el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, era incrustado en las armas fabricadas por Isidro. No es que al Gobierno le importaran mucho los derechos de autor. Lo que se buscaba con esto, más bien, era llevar un control de las armas. Limitar el número de fabricación para los autorizados y que no lo hiciera cualquier erudito sin permiso.

Me retiro de otro taller que -sirvan mis dedos como evidencia- también está bañado en polvo. Me dirijo hacia el barrio Tamban, ubicado en el punto más alto de San José de Chimbo. Esta vez es necesario coger un taxi. Podría ir caminando, pero eso sería un castigo muy despiadado para un costeño que acaba de pisar la región interandina.

Mi objetivo tiene nombre y apellido: Rómulo Sánchez. Desde que llegué a Chimbo, no he dejado de escuchar su nombre. Es, por así decirlo, una leyenda viviente. Es una de las personas a quien se le atribuye la primera escopeta de chimenea de Chimbo. Y es, también, un baúl sobrecargado de recuerdos. Pero esta vez, el abandono se siente mucho más. Nadie responde mis llamados. Así que decido ingresar a las penumbras en las que se encuentra inmerso el taller. Me dirijo hacia una puerta exterior que tiene salida a la casa rústica donde vive Don Rómulo y vuelvo a gritar su nombre, esta vez hasta incluyo su apellido. ¿Quién es?, pregunta la empleada doméstica del señor Sánchez.

Se respira polvo. Se respira historia. Rómulo Sánchez tiene 87 años, habla como el Doctor Chapatín y tiene piel canela. En su taller, además de toda su maquinaria manual (ninguna de sus herramientas de trabajo funciona con electricidad), consta un diploma otorgado en el año 1976 por el Ministerio de Trabajo. En la I Exposición de Artesanías y manualidades del Ecuador, realizada en Quito, una de sus escopetas obtuvo el primer premio. Muchos años más tarde, dándole valor a ese galardón, el entonces presidente de la República del Ecuador, Jaime Roldós Aguilera, prometió llevarlo a Israel para que lo capacitaran en el arte de fabricar armas. Rómulo fue uno de los ecuatorianos que más sufrió cuando supo que el avión en el que viajaba Roldós se estrelló. En ese avión, también murió la ilusión que tenía de pisar suelo extranjero para tecnificar su oficio.

"Yo fui el primer presidente del Gremio de Armeros de Chimbo. Y, durante la presidencia de Guillermo Rodríguez Lara, un intendente que se llamaba José Vaca nos chantajeó diciendo que si no le dábamos 1.000 sucres cada uno (de los 42 miembros del gremio), nos cerraba los talleres", cuenta Rómulo, quien persuadió al grupo que dirigía para que no aceptaran el chantaje del intendente. Éste, como represalia, clausuró todos los talleres, alegando que en Chimbo se fabricaban armas para matar al presidente.

Rómulo Sánchez viajó a Quito, acompañado del entonces presidente del Sindicato de Trabajadores del Guayas, para hablar con el General Rodríguez Lara. Una vez que estuvo ante él, denunció el chantaje. "Pero eso que ustedes fabrican, mata", le reclamó el presidente. "Cierto es, mi General. Pero es para la gallareta, para el montubio", le explicó Sánchez. "A ver, párate allá, trae una pistola, y vas a ver que sí te puedo matar", le retó Rodríguez Lara. Al final, llegaron a un acuerdo: "Mañana anda a las nueve de la mañana al Ministerio de Defensa y retira el permiso para todo tu personal", le dijo el presidente. El sindicalista del Guayas intervino: "Vea, señor presidente, si usted a las nueve no le da el permiso a mi compañero Sánchez, le advierto que somos más de 800 mil trabajadores en todo el Ecuador. Y mañana o pasado podemos estar sobre su palacio. Usted sabe que los monos somos revoltosos".


Rómulo Sánchez

La primera vez que el gobierno retiró los permisos de los armeros de Chimbo, el Ecuador estaba en plena dictadura. La última vez fue en este año.

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La relación Chimbo-armas comienza en la época de la colonia y termina el 24 de marzo de 2010. En la etapa colonial, los habitantes de esta pequeña ciudad, situada a 14 kilómetros al sur de Guaranda y fundada en 1535, eran los encargados de dar mantenimiento al armamento de los patriotas. "En las Batallas del Camino Real estuvieron nuestros antepasados dando apoyo, reparando los mosquetes y las diferentes armas que se utilizaban en nuestro país", comenta Napoleón Guillén, presidente de la Asociación de Armeros de Chimbo 22 de Abril.

La popularidad herrera de los chimbeños continuó en los siguientes siglos, con la elaboración de herraje para caballos, mulas y burros. Luego vendría la fabricación de armas. Fue, justamente, el tío abuelo de Guillén –Matías Guillén- quien junto a Rómulo Sánchez fabricaron en la década de los 30 la primera escopeta de chimenea de Chimbo. Años más tarde, Napoleón Guillén continuaría con la fama precursora de su familia al crear la primera escopeta repetidora de cinco tiros del país. Para entonces, las armas ya eran uno de los principales ingresos de las familias del pueblo.

Y así fue hasta una nublada mañana del 24 de marzo del presente año, cuando un contundente operativo policial incautó gran parte de las herramientas de trabajo y la mercadería de los armeros de Chimbo. Como era de esperarse, los chimbeños guardaron resistencia y, tras varias medidas de presión -entre las que se incluyó el temporal secuestro del gobernador de la Provincia de Bolívar-, las maquinarias fueron devueltas. Sin embargo, después de aquel día, "la ciudad de Benalcázar" no volvió a ser la misma. Ese fue el último "disparo" del gobierno hacia los armeros, luego de una serie de medidas gubernamentales que terminaron poniendo punto final a su ancestral oficio.

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Primer disparo. Herida de guerra.

Se da el 30 de noviembre de 2007. El artículo 82 de la Ley Reformatoria para la Equidad Tributaria del Ecuador golpea a los armeros de Chimbo. Las "armas de fuego, armas deportivas y municiones", ingresan al grupo de "consumos especiales" y se les da un 300% de arancel.

"Un revolver de $100; más el impuesto del 300%, llegaría a los $400; más el IVA, $448; y más la ganancia, ese revólver costaría $500. ¿Quién nos va a comprar a ese precio tan elevado?", pregunta Guillén.

Segundo disparo. Casi un traumatismo.

Ocurre el 30 de junio de 2009. Los ministros de gobierno, Gustavo Jalkh, y de Defensa Nacional, Javier Ponce, según Acuerdo Interministerial No. 001, disponen la prohibición del porte y la tenencia de toda clase de armas, "exceptuando a las empresas de guardianía y seguridad privada, hasta que la Policía Nacional inicie la expedición de dichos permisos". Con ello, el mercado de los armeros se vio drásticamente limitado. Desde ese día, sus ventas sólo apuntaron a un sector: a las empresas de seguridad.

Los ciudadanos que ya poseían armas, sin embargo, podían optar por la recalificación de su bien, no sin antes someterse a exigentes pruebas que avalaran la regularidad tanto del arma como del portador. "Esta medida va encaminada a crear mayores niveles de seguridad ciudadana. Esto va a facilitar mucho el trabajo de la Policía Nacional", aseguró, por esas fechas, el ministro Jalkh. Sin embargo, Juan Verdesota, especialista en armas, afirma que "Ellos (los del Gobierno) creyeron que prohibiendo esto iban a aminorar la delincuencia. Pero la delincuencia nunca se va a nutrir de armas hechas legalmente. Deben ser duros con el mercado negro, no con el legal. Ahora todo el mercado lo han acaparado los proveedores clandestinos".

Tercer disparo, el letal.

El 24 de marzo de este año, el gobierno ordena un operativo policial. Centenares de uniformados, con cascos y escudos antimotines, con toletes y pistolas, y, algunos de ellos, con perros policías e imponentes caballos, retiraron la mercadería y las herramientas de trabajo de los armeros de Chimbo. Esa misma noche, el Ministerio de Gobierno ordenó que se devuelva todo lo incautado, excepto los permisos para la fabricación y comercialización de las armas.

Casi un mes después, el 23 de abril (el mismo día en que la provincia de Bolívar celebró 126 años de fundación), autoridades gubernamentales llegaron a Chimbo con un supuesto plan para dar trabajo a los armeros desempleados, pero se limitaron a solicitarles la fabricación de mobiliario para algunas oficinas estatales. Aunque no todos los armeros poseen la infraestructura necesaria para realizar dicha tarea, hay algunos que han logrado adaptar sus talleres para poder trabajar en el pedido. Sin embargo, según Napoleón Guillén, este tan sólo serviría para mantenerlos con trabajo por dos meses. El Gobierno ha dicho que pretende ayudar a Chimbo a convertirse en un pueblo metalmecánico. Pero nadie sabe cómo ni cuándo sucederá eso. Sólo se sabe que, mientras tanto, los ex armeros se siguen sumeriendo en un abandono cada vez más evidente.

*Crónica publicada en la edición #339, agosto/2010, de la revista Diners.

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miércoles, 14 de julio de 2010

Five ways to Dario


Darío Aguirre googlea su nombre y apellido, y se da cuenta que no es el único. Cientos de personas, disperdigadas por el planeta Tierra, también se identifican así. Decide escribirles un mail a unos cuantos. Sólo le responden cinco. Promete visitarlos, y ese tan sólo es el inicio de un memorable “tour homónimo”.

Darío, director y protagonista del documental, tiene 30 años. Lo que llevó a este cineasta ecuatoriano a buscar personas con su nombre y apellido –a través del buscador virtual más famoso del mundo- fue una crisis de identidad. No sabía quién era ni para qué vivía. “¿Es sólo una inseguridad mía o un problema de nuestros tiempos?”, se pregunta al inicio del filme. A esa duda existencial se sumó el hecho de ser un emigrante en Alemania. Extranjero donde quiera que vaya, incluso en su país natal (cada vez que regresaba al Ecuador, se sentía más distante, más desconocido). Desde los veinte años se radicó en Hamburgo para continuar la relación con una alemana que estuvo de paso por el país. Luego de cinco años, se separaron. Y Darío decidió seguir en Europa, pero sólo para demostrarse que lo podía lograr sin ella.

El “tour homónimo” es sólo un paréntesis en su vida. Un experimento de dos meses para conocer cinco tocayos. Se lanza a la aventura: traza en un mapa los recorridos. Son dos países y cinco ciudades. La primera parada es México City. Ahí conoce al primer Darío Aguirre (un psicólogo de voz gruesa y bigote a lo mero mero macho). El siguiente destino es Buenos Aires, donde descubre a otro homónimo: un taxista jubilado que se niega a abandonar su oficio. Luego vendrá Comodoro Rivadavia, una población argentina conocida como “La capital nacional del petróleo”, donde vive un Darío Aguirre dedicado a la milicia. El viaje continúa en Arroyito, localidad gaucha donde un tocayo suyo se desvela todas las noches como guardia de seguridad. Y, por último, en Río Grande, un joven Darío Aguirre tiene un sueño muy argentino, ser un futbolista profesional.

La idea central de la película sirve de enganche. Es original, es atractiva. Darío Aguirre se involucra con sus homónimos, realiza sus actividades, se coloca en sus zapatos. Por momentos, el hilo conductor del documental decae, y eso ocurre cuando se topa con algún Darío Aguirre poco atractivo. En momentos que se espera que otro elemento cinematográfico sostenga el interés por la historia, esto no se da del todo. El soundtrack de la película, por ejemplo, no está a la altura. Largos ratos de silencios incómodos pudieron haber sido musicalizados. No obstante, existe una delicada selección de planos por parte del director.

Darío arriesga su pellejo al contar su vida, es decir, la de un ser anónimo. ¿Qué tanto podría interesar al público la historia de un completo desconocido? Seguramente él nunca se planteó esa pregunta. Tampoco creo que le interese saberlo. Lo suyo es cine como acto catártico, como medio testimonial, de revelación. Sabiendo, de antemano, que su película jamás probaría el éxito taquillero, aprovechó un momento delirante de su vida para hacer cine. “Un viaje en busca de identidad”, podría ser un tagline ideal para esta película. Un viaje que, fácil, podría constar en un diario personal, él decidió llevarlo a la pantalla grande. Y eso es para sacarse el sombrero.

*Esta crítica la publiqué en la tercera edición de la revista de cine Fotograma.

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sábado, 12 de junio de 2010

En un supermercado



Me detengo en un Megamaxi. Una parada, por decirlo de alguna manera, estratégica. Y, sobretodo, obligatoria. A lo igual que un piloto de la Fórmula 1, que ingresa a los boxes cuando el combustible de su vehículo comienza a escasear, yo hago lo propio en un supermercado: ingreso porque sospecho que las fuerzas se me acaban. Necesito cuatro V220. Tengo mucho trabajo y poco tiempo para descansar. Preciso de energía, y eso es posible adquirirlo en botellas de 600 mililitros. A $1.25 cada una, para completar este auspicio sin fines de lucro.


Tengo apuro. La caja express no tiene nada de express, está repleta y se mueve a un ritmo muy lento. Así que hago fila en la número ocho, una caja convencional en la que sólo hay una persona –con un carro repleto de verduras- que me antecede.


- --No puede hacer fila aquí, debe colocarse en la caja express (destinada para un máximo de diez productos)- me dice una señor pasado de años que acaba de colocarse detrás mío.



-- Con todo el respeto, señor, se equivoca. La caja express es una opción, no una obligación. Mis cuatro botellas y yo no tenemos la obligación de hacer fila en la caja express- le explico.



-- O sea que usted hace lo que le da la gana- me replica el Galápagos.



-- No hago lo que me da la gana: no es obligatorio que vaya a la caja express- insisto.



--- ¿Y qué tal si yo me coloco en la caja express con todos estos productos (eran varios, incluidos unos pañales que seguramente usa para su incontinencia y unos calzoncillos de abuelo)?- me pregunta y, mientras lo hace, mueve una bolsa de papel parecida a la que usa el Doctor Chapatín. Por fortuna, él no la emplea para golpear cráneos. Creo.



-- Eso es diferente, porque en la caja express se indica claramente: “DE UNO A DIEZ PRODUCTOS"


No responde más. Le doy la espalda y espero mi turno. Pienso, y al hacerlo, pongo en duda todo lo que afirmo. Quizás el señor cuyo rostro parece papel celofán, tenga razón y yo no deba estar aquí. Mientras tanto, el miembro del clan de la tercera edad grita una y otra vez: “Estos jóvenes hacen lo que les da la gana”. Llega mi turno y le pregunto a la cajera, que había escuchado toda la discusión, si debo colocarme en la fila express por el crimen de cargar tan sólo cuatro energizantes. Su respuesta fue contundente: “¡No, usted sí puede estar aquí!”. Picado, como estaba, le comunico al anciano la respuesta oficial ya que, de seguro, sus muy empleados oídos no alcanzaron a escuchar esa contestación de la cajera que me daba la razón.



-Nunca discuta con una persona mayor a usted, así demuestra su caballerosidad- sentencia el señor de edad avanzada.


Y esa última frase se quedó impregnada en mi oído todo el día. ¿No se debe discutir con una persona mayor? ¿Por qué? El diálogo es la herramienta más inteligente que se ha creado. No creo que las cosas marcharían bien si todos nuestros problemas los arregláramos repartiendo puñetes. ¿Por qué, entonces, no se puede emplear una respetuosa discusión con una persona mayor? Y digo respetuosa porque de esa manera estaba llevando el asunto. Si hay algo que respeto son las canas (no es poca cosa andar por el mundo con ochenta y tantos o noventa y tantos años).


Cuando pienso en palabras, pienso en un medio para expresar inconformidad. Es inconcebible cortarlas y, con ello, aniquilar todo intento de debate, so pretexto de defender las diferencias generacionales. Cuando escucho pensamientos arcaicos de ese tipo, los desecho por la misma puerta por la que entraron. Durante toda la historia de la humanidad (excepto la temporada del Mayo del 68) los viejos se han colocado una corona que no sé qué imbécil les entregó. Cambio y fuera.


By Arturo Cervantes with 7 comments