Entrevista a Juan Fernando Andrade

Hoy, el diario Expreso (en su edición impresa, no web) sacó un especial denominado "Guayaquil Universitario". ¿La idea? Poner a escribir a estudiantes de Periodismo de ocho universidades diferentes

Dos semanas como reportero del Extra

Cada que cuento que trabajaré en el Extra, alguien intenta asesinarme. Y por cualquier vía. Ya sea llamándome a mi celular, enviándome un mensaje por Twitter o insultándome cara a cara, como Dios manda

¡Los peligrosos deportes inofensivos!

Es una despiadada mentira decir que los deportes mortales son los que te matan. Mi experiencia muy cercana con deportes, aparentemente, inofensivos me lleva a afirmar todo lo contrario

If you are going [...]

Gerry

Cuando terminé de ver esta peli, no sabía si ponerme de pie y aplaudir efusivamente o regalarme (urgente) un fin de semana en un spa

Terminemos el Cuento (2008)

Ya son casi 3 años desde que obtuve el segundo lugar en Terminemos el Cuento: uno de los concursos literarios más importantes del país

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Fantoche: un mundo sin libreto

En agosto de 2003, Fantoche organizó el primer Match de improvisación en Ecuador y todos nos preguntábamos qué estaba pasando. Centenares de cejas levantadas y mandíbulas caídas exigíamos una explicación. ¿Teatro? ¿Deporte? El escenario era la pista de patinaje guayaquileña “San Bernardo”. Se colocaron varios graderíos metálicos, y ahí nació otro público teatral. Un público participativo. Un público que, antes de que inicie el Match, cantó su himno paradigmático; que gritó (por el equipo rojo o por el azul); que propuso títulos para que los improvisadores, a partir de ellos, inventen historias; y que, al final del partido, sacó una tarjeta de color para votar por el mejor.

El espectáculo incluía un árbitro –con uniforme de reo, silbato y un cronómetro en su muñeca izquierda- y dos asistentes encargados de hacer respetar el reglamento universal del Match de impro: no se pueden usar chistes, slogans o personajes chichés; las historias deben tener coherencia con los títulos dados por el público o por el juez; se debe respetar el número de jugadores, el tiempo y el estilo dado por el árbitro (historias al estilo de una telenovela mexicana o de una película de acción hollywoodense o de un documental de Discovery, por sólo citar unos cuantos ejemplos); y un etcétera tan exigente como el reglamento oficial de la FIFA.
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Luego supimos que en otros países ya existía la improvisación. Y que el Match de impro, su formato más deportivo, tenía, inclusive, mundiales. Y que, como toda técnica, la impro también tenía un padre: el canadiense Keith Johnstone. Y que ese papá tenía un “hijo” en Latinoamérica llamado Ricardo Behrens (juez en aquel Match en Guayaquil). Y que fue este último, argentino, quien inyectó en las venas del grupo Fantoche el arte de crear historias sin un libreto.

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Principios del 2003. Hugo Avilés y Ruth Coello, esposos y fundadores del grupo Fantoche, estaban en Buenos Aires. Caminaban por Corrientes, una calle que siempre huele a teatro. Cargaban un letrero invisible que decía: “Turistas”. De repente vieron otro, visible, que indicaba que esa noche el grupo LPI, dirigido por Ricardo Behrens, presentaría un “Match de impro”.

Entraron con curiosidad guayaquileña y se sorprendieron: un teatro que no era teatro, sino, más bien, un patio diminuto. Actores que no eran actores. O, al menos, no como hasta entonces, pensaban que eran los actores: seres anclados a un texto teatral, con vestuarios para cada personaje, sin la virtud de la espontaneidad. “El libreto es como una camisa de fuerza a la que, lastimosamente, los actores tenemos que estar ceñidos”, me diría, muchos años después, Hugo.

Así que esta pareja teatral, que llevaba 20 años sobre las tablas y ya había saboreado casi todos los géneros teatrales, regresó a Guayaquil con rostro de niño que acaba de descubrir un juego nuevo. Y con una necesidad irrefrenable de contar, a todos sus colegas, la novedad que habían visto en la tierra de Gardel.


Hugo Avilés, fundador del grupo Fantoche

Recién en Ecuador, contactaron a Behrens. Lo invitaron a que dicte talleres de su especialidad en Guayaquil y funde la Liga Ecuatoriana de Improvisación (LEI), pues él era el único autorizado en Latinoamérica para inaugurar ligas de ese tipo. Aceptó. A cambio de una amabilidad económica, claro. De inmediato, Hugo, Ruth y otra integrante del grupo, Raquel Rodríguez, lanzaron una convocatoria dirigida a “actores profesionales y no profesionales que estén interesados en formar un grupo de teatro impro”. La respuesta fue inmediata.

Cuarenta personas, entre esas Karen Mendoza, María Fernanda Gutiérrez, Antonella Rossi y Fabricio Mantilla, se acercaron de manera cautelosa, sin tener muy claro por dónde iba el asunto, y participaron de una pre-selección. Dieciocho afortunados fueron seleccionados para recibir el taller de capacitación con Behrens. Aprendieron destrezas generales de improvisación y las reglas del Match de Impro. El taller culminó con la presentación de aquel histórico Match de improvisación ecuatoriano, formato teatral-deportivo que Fantoche siguió practicando en diferentes escenarios.

Un año después, en el 2004, trajeron a Gustavo Miranda (director de “Acción impro”), un nombre que sigue sonando fuerte en Colombia, su país de cuna. Su grupo había participado en dos mundiales de improvisación, en Argentina y México. Contaba con una sala ubicada en el barrio más pudiente de Medellín: El Poblado. Con presentaciones todos los fines de semana. Con un público devoto que lo seguía a todos lados. Con un elenco de improvisadores frescos, recién salidos del horno, de la universidad. Con ese perfil auspicioso llegó Gustavo a Guayaquil para enseñarles a crear formatos de improvisación largos.




Después del taller dictado por Gustavo, Fantoche voló muy alto. En el 2005, el grupo organizó el I Festival de Teatro de Improvisación de Guayaquil. Vinieron tres grupos de improvisación foráneos: Acción impro (Colombia), Ketó (Perú) y la LMI (México). Pasaje, estadía y honorarios: cortesía de la casa. Fantoche tan solo tenía tres años en la actividad, pero ya había alcanzado un sueño recurrente en los grupos de improvisación: crear un formato propio. “Zona impro”, una patente que, con éxito, pusieron en escena en ese festival internacional.

Los siguientes años, en cambio, fueron ellos los invitados a festivales en Colombia, Brasil y Chile. Se mezclaron con los pesos pesados de la improvisación: como Impromadrid (España), Lospleimovil (Chile) y Jogando no Quintal (Brasil). Llevaron otro formato de improvisación de su autoría: “Momentos improlongados”. En esos viajes, notaron que las posibilidades de improvisación son ilimitadas (vieron desde impro-danza hasta impro-percusión) y que la mayoría de los grupos latinoamericanos de impro tenían casas de teatro, adecuadas para el caso, en galpones. Se vieron al espejo: ellos aún eran un grupo nómada. Así nació la Casa Fantoche, que tiene serios motivos para justificar su nombre: una cocina con un refrigerador repleto de cervezas, una sala para poner en escena las improvisaciones, un baño y tres cuartos (uno de ellos, con un plasma en el que siempre se exhiben cortometrajes y una pequeña mesa con hojas para jugar Chantón). El público, con cerveza en mano, se sienta en el suelo, en cojines multicolores, pide algún piqueo y observa a pocos centímetros todo el espectáculo.


Uno que vi se llama “Fun fun impro”. Y, en serio, todo es diversión. Vestida con una minifalda y blusa escotada, Katherine Donoso sale con una bandeja y reparte shots de aguardiente. Casi al mismo tiempo ingresan, bailando, tres improvisadores con vestuario colorido: Hugo Avilés, Fabricio Mantilla y Ruth Coello, quienes rebajan sus pechos hasta pasar por un chupete gigante. Por último, Juan José Jaramillo, presentador del espectáculo, entra al escenario con un chaleco blanco y un gigantesco sombrero morado. Lanza un dado gigante, que rueda gracias a las manos en alto de los espectadores. Aquella noche, se detuvo en el número cinco. Y, por eso, jugaron “Abecedario”, que funciona con dos jugadores. Cada uno de ellos debe utilizar -en orden- las letras del alfabeto para cada uno de sus diálogos, y así fabricar una sola historia. El público (compuesto mayoritariamente por estudiantes o profesionales de Diseño o Publicidad) dio el tema: “La PJ (Policía Judicial)”. Hugo y Ruth comenzaron con la letra “P”, y dieron una vuelta magistral a todo el abecedario con una ingeniosa historia de dos presos. El dado siguió rodando. Esta vez, deben jugar “Principio y final”. ¿Cómo inicia la historia?, pregunta el presentador al público. “Dentro de una cartera”, grito. Mi pedido es aceptado. “¿Y cómo termina?”, vuelve a preguntar. “Jugando a las escondidas”, sugiere una pelirroja. “En un bar alternativo”, pide una chica de ojos marrones, casi al mismo tiempo. “Entonces, la historia termina: ‘Jugando a las escondidas en un bar alternativo’. ¡Que comience la impro!”, ordena el presentador. Y la historia sorprende a todos. Dos enanos que roban cosas dentro de la cartera de una gigante. La gigante los descubre y los usa como muñecos: los monta en un coche deportivo de la Barbie y terminan, efectivamente, jugando a las escondidas en un bar gay.

El espectáculo concluye. Los improvisadores se van al camerino, gritan “Mucha mierda”, se visten como personas normales, y regresan donde el desesperado público que los espera, con rostros de groupies, para tomarse fotos y felicitarlos.
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Todo era perfecto. Quería descubrir qué había detrás de todo esto. Al igual que un maniaco tras la receta de la Coca Cola, yo estaba obsesionado por saber cómo inventaban historias de la nada.


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Estoy infiltrado en un entrenamiento. Hugo Avilés realiza estiramientos en una esquina de la Casa Fantoche. Llama al grupo para que se acerque. Aparece Ruth Coello, quien acaba de consumir un tabaco en un balcón con vista a las Peñas. Pocos segundos después, Fabricio Mantilla se acerca al mismo tiempo que se despereza y Juan José Jaramillo hace lo mismo, pero con su celular en la mano. Karen Mendoza y María José Jaramillo, las dos restantes integrantes del grupo en la actualidad, no pudieron venir hoy.

Los improvisadores se vendan sus ojos y se quitan los zapatos. Entonces comienzan a caminar ciegos por un espacio reducido y, rara vez, tropiezan. El ejercicio sirve para estimular otros sentidos diferentes al visual. Improvisador que se respete, dicen, “mira” con los oídos, con el cuerpo, con la percepción, con los ojos y con el tacto. Luego se quitan las vendas y siguen caminando en diferentes direcciones.

Hugo da instrucciones para realizar un ejercicio sensorial: sólo uno de los cuatro puede detenerse, sin ponerse de acuerdo. Fabricio es el primero en hacerlo. Los tres restantes continúan caminando. Con esto se busca mejorar la sincronización y la visión periférica, atributos dignos en un jugador de impro.
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Ahora sí, comienzan a fabricar historias. Hugo les da temas al azar y les ordena colocarse unas máscaras tipo RoboCop, que sirven para restringir la gestualidad de los rostros y poner énfasis en la expresividad del cuerpo. Un improvisador debe dominar su comunicación corporal. Hugo, cual entrenador de fútbol, está en cuclillas y aprueba o rechaza cada una de las actuaciones de sus dirigidos.
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Por último, se sientan en círculo. Deben realizar una carta oral. Cada improvisador está autorizado a pronunciar una sola palabra y, enseguida, otro debe continuar. El juego sirve para adquirir destrezas narrativas.

La carta, editada, pues la original contenía un atractivo vocabulario malhablado, quedó así: “Ladronzuelo, estoy furioso porque nuevamente me has robado cosas caras. Quiero recuperarlas, así que más te vale que las devuelvas. Espero que las advertencias que te estoy haciendo sean atendidas; caso contrario, enviaré a unos negros para que te violen. Con cariño, Juanjo”. Todo dicho con una fluidez envidiable y con imperceptibles pausas entre turno y turno. “Parece preparado”, les dije sin remordimiento. Luego supe que ese es el mayor halago que puede recibir un improvisador.
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*Revista Diners, edición #343, diciembre/ 2010

By Arturo Cervantes with 2 comments

sábado, 25 de diciembre de 2010

Mirely Barzola: la Mama Noela ecuatoriana

Al final de esta historia, alguien acaricia las piernas de Mirely. Le alza con delicadeza el vestido y pasea sus manos debajo de ese traje de tigresa que tan bien le calza. Pero eso sucede al final de esta historia navideña, que ahora está por empezar.

Estamos en el hotel-boutique “Mansión del Río”, en el barrio Las Peñas de Guayaquil. Mirely (24) fue citada a este lugar, único en su especie en la ciudad, para una sesión fotográfica navideña con todas las de ley. El concepto “hotel-botique” viene de Francia y ostenta un principio extrañamente ambicioso: poseer pocos dormitorios para brindar una atención personalizada. Fiel a aquel apartado, este sitio tan sólo tiene siete habitaciones. Es el único hospedaje instalado en el sector más antiguo y cotizado de Guayaquil. Es el único que se da el lujo de mirar cara a cara, sin temor, al nada temible Río Guayas.

Rodeada de estatuas de mármol, sillas forradas con piel de tigrillo, consolas que datan del siglo IXX y pinturas en lienzo en todas las paredes, la presentadora farandulera de “En Corto” y “La Plena” de Teleamazonas, derrocha sensualidad con cualquiera de sus poses fabricadas.

-¿De qué personaje navideño te has disfrazado?- le pregunto mientras maquillan sus pupilas que están ligeramente levantadas

-De Mama Noela- responde con una inocencia peligrosa en una estrella de televisión.

No es necesario esforzarse para imaginársela con un traje rojo de tela velluda y tupida. Con un cinturón negro y brillante, como su cabello, que apriete su cintura. Y con un gorro navideño de punta encorvada para completar el sexy-kit. Todo entallado, todo hecho a la medida. Lo hizo hace dos años: se puso un vestido rojizo y escotado en una fiesta navideña que tenía como invitados de honor a niños contagiados con el VIH.

El acto fue parte de las actividades de la fundación “Bellezas por la vida”, establecimiento sin fines de lucro que saca pecho por tener a una mujer de pantalla como presidenta.
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El mundo está hecho de contradicciones. Muchos años antes, de niña, en su época escolar, Mirely se disfrazó de la Virgen María en unas de las tradicionales posadas del colegio católico en el que se graduó. El mismo cuerpo que a sus 23 años apareció en SoHo totalmente descobijado, natural, como Dios lo envió al mundo, en aquella ocasión se cubrió de santidad. Con un vestido largo, color blanco pureza y una túnica que envolvía su cabeza, simuló estar embarazada y tener en su vientre al mismísimo niño Jesús.



Mirelly fue la primera ecuatoriana en aparecer totalmente desnuda en SoHo (Ecuador).


La tricampeona en certámenes internacionales de belleza, justamente por esa capacidad demoledora para ganar torneos en los que se mide su hermosura, en una ocasión pasó una nochebuena en el extranjero, a años luz de su familia en la única noche del año en que, casi por obligación, todos debemos pasar con nuestras familias.

Era diciembre del 2007 y se encontraba en Cali, una ciudad que es algo así como una fábrica de bellezas, participando en un torneo con nombre empalagoso: la Reina Mundial de la Caña de Azúcar. La noche del 24 de ese mes festivo la encontró en el país del norte, compitiendo por ser la más bella en la capital mundial de la belleza. Cenó con sus oponentes e hizo las llamadas de rigor a sus parientes. Ella mismo se encargó de obsequiarles el mejor de los regalos navideños, cinco días después, cuando llegó al Ecuador con un nuevo título de “nobleza”. Un año antes ya había ganado el Miss West Indies (en el Caribe) y el Miss Tourism World (en Inglaterra).

Es normal que Mirely conserve una dieta estricta. Que sus días transcurran en un gimnasio. Que observe a los carbohidratos y alimentos bañados en grasa como quien observa al diablo. Que los evite. Es normal todo eso, es parte de su día a día. Pero en noche buena, olvida sus rutinas ordinarias y come a la velocidad de una máquina trituradora. Pavo, arroz navideño y vino en grandes porciones. Uvas y chocolates suizos, sus aperitivos preferidos.


De manera tradicional, la cena navideña la comparte con su familia, pero daría lo que fuera por pasarla con el sex-symbol del cine, Johnny Deep. Y le importaría un rábano que a su novio, un ser al que prefiere conservar en el anonimato y que es cinco años mayor a ella, le dé un ataque de celos. Sí, desafortunados lectores de esta revista, siento decepcionarlos pero esta coleccionista de coronas tiene una relación formal.

La sesión de fotos continúa. Estás calientita, eh. Es que estás contorsionándote todo el tiempo”, le dice el encargado de peinarla mientras explora su piel. Mirely lleva su cabello recogido a los lados. Le acaban de retocar sus labios que están ligeramente abiertos. Sus párpados están azulados por el maquillaje y está a punto de probarse un nuevo vestuario, el cuarto de la noche, uno negruzco con manchas beich que, además, tiene pedrería y un tul.

-Trata de mostrar el escote de la espalda- le sugiere el fotógrafo

-¿Así?- pregunta Mireli mientras arquea su cuerpo como si se tratase de plastilina.

-Eso, ahí, no te muevas, no respires, ahí, ahí. ¡Perfecto!

En ese momento aparece el maquillador. Rocía un iluminador potente sobre los brazos y piernas de Mirely y lo esparce. Ahora levanta ligeramente su vestido y continúa distribuyendo la mezcla, ahora por sus muslos. La presentadora de TV adquiere una tonalidad bronceada en una noche fría, como ninguna otra, en Guayaquil. No sonríe. No hace muecas. El fotógrafo da por terminada la sesión y abandona el sitio con una sonrisa peligrosamente contagiosa.
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*Revista Caras, diciembre 2010 (portada).

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viernes, 17 de diciembre de 2010

Brenda González: la muralista sordomuda


La primera vez que vi un mural de Brenda González, no sabía que lo que estaba viendo era un mural de Brenda González. Admiré, así, sin saber el nombre de la autora, las casi tres mil piezas de cerámica al horno, con cientos de espirales y figuras geométricas multicolores, con pequeños espejos que dan la sensación de movimiento, y con luces que, desde aquel día, dieron vida a lo que en el pasado era un desabrido y tradicional paso peatonal de cemento. Mientras manejaba por la Avenida Barcelona, lancé al aire la misma pregunta que todos los guayaquileños, por lo menos una vez en sus vidas, han arrojado: ¿quién es la culpable de la colorida e imponente obra abstracta, ubicada a pocos metros del estadio Monumental de Barcelona?

Brenda parece extraída de una agencia de modelos europea. Es rubia, tiene unos inmensos ojos limones y pecas en los brazos. Soltera y sordomuda en un país no apto para sordomudos: con pocos canales de televisión que ofrecen, en su programación diaria, el universal lenguaje de las señas; con escuelas, colegios y universidades sin la capacitación necesaria para acoger a personas con este tipo de discapacidad; con una Constitución que reconoce el lenguaje de las señas, pero que no impulsa su educación. Si uno nace sordomudo en el tercer mundo (región que posee el 80% de sordomudos del planeta), tiene todas las de perder.

Nunca ha querido tener un maestro. Lo suyo es el arte por el arte: coger el pincel y pintar lo que su espíritu le sugiera. Una autodidacta por excelencia. Alguna vez, sin embargo, cuando recién estaba dando sus primeros pasos en el arte de pintar sin hablar, sus hermanas (quienes llevan su imagen artística) le colocaron un profesor de arte para “pulir su técnica”. El profesional abandonó cabizbajo la casa de Brenda, por la puerta trasera, casi a patadas, luego de intentar -sin éxito- plagiar el estilo de su alumna predilecta.


Tampoco ha querido aprender el universal lenguaje de señas. Ella prefiere expresarse en sus cuadros, la mayoría de ellos, caracterizados por gozar de una gama eterna de colores. El arco iris completo. El círculo cromático en vivo y en directo. Si sus cuadros hablaran por ella, dirían que Brenda es feliz.

El momento cumbre de su carrera ocurrió en el 2007, cuando el alcalde que ostenta el bigote más grande del Ecuador, Jaime Nebot, visitó la casa de Brenda y le solicitó fabricar un mural en el puente peatonal de la Avenida Barcelona, luego de quedar maravillado en una de sus exposiciones de arte. El diseño final estuvo listo algunos meses después, e inmediatamente se autorizó a un muralista del Cabildo para que comience con la obra. La única que ha permitido masificar el arte de Brenda, la misma que provoca diariamente más de un rostro que, en lenguaje emoticón, sería el de una boca ovalada. Rostros boquiabiertos provocados por el pecado de transitar por la zona donde la plantilla de jugadores de Barcelona tiene su morada.

El mural fue construido con cerámica. Ese fue uno de los pedidos de Brenda: que no se utilice nada de pintura, pues quería evitar la naturaleza efímera de ese material. Su exigencia tuvo un precio digerible: 75 mil dólares y 150 días de trabajo artesanal. Nada más, nada menos.
Finalmente, el 30 de agosto de 2007, el mismo alcalde Nebot fue el encargado de inaugurar oficialmente la obra. Hasta ahora son diez años que el Municipio se ha dedicado a vestir, artísticamente, decenas de viaductos guayaquileños. Y esa fue la primera ocasión en que le confió a una talentosa artista sordomuda una de sus tareas municipales.


En el futuro, Brenda tiene pensado decorar el paso a desnivel ubicado a la entrada a Samborondón, donde reside en un departamento con vista al centro comercial Riocentro Entre Ríos. Por ahora, la idea sigue cristalizada en una foto ficticia: un hermoso dibujo abstracto y azulado que con ayuda virtual fue colocado sobre lo que, en la vida real, aún es cemento. Una pared natural nada coqueta que podría dejar de serlo en caso de que el proyecto de Brenda se concrete.



Su casa es, además, su galería-estudio. El lugar donde Brenda reposa su mano mágica, la hace funcionar para crear algo nuevo y recibe a sus clientes-fans. Ahí se concretan las ventas, le dicen: ` ¡Qué hermoso cuadro!´, `Qué maravilla de textura´, `Perfecta combinación de colores´, y luego, encima, le pagan por los halagos. No tiene una rutina de trabajo. Pinta cuando le da la gana. Y eso, en términos de tiempo, puede ser en la madrugada o al amanecer. Uno, dos y hasta tres cuadros al mismo tiempo. No tiene ninguna influencia artística. No asiste a exposiciones. Sospecha que eso podría embarrar su talento artístico tan innato.

Los cuadros de Brenda no tienen títulos. No le interesa titular sus obras, encerrar el significado de su arte con un nombre, limitar las interpretaciones de sus trabajos. Prefiere la pluralidad de reflexiones en torno a todo lo que hace.

Excepto el único mural que ha hecho, el único que lleva su firma, el ubicado en la Av. Barcelona. A esa obra artística tituló: “Guayaquil de fiesta”. Y uno, luego de enterarse de esa denominación, no puede evitar preguntarse por qué le dio a toda una ciudad un título que representa, más biensu forma de afrontar la vida. Y de pintarla.

*Revista Caras, julio/2010

By Arturo Cervantes with 2 comments

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Últimos días


Año 2050. La Tierra luce como el dormitorio de un adolescente desordenado. La III Guerra Mundial acaba de estallar, los países se disputan las últimas gotas que quedan de agua en un planeta seco y caliente como un horno.

Las mujeres se extinguen a la velocidad de la luz. Quedan pocas, muy pocas. Y esas pocas se niegan a tener hijos. Tampoco quieren saber nada de matrimonio. La raza humana parece condenada a un penoso olvido.

La Ciencia se rasca la cabeza. No hay una sola pareja en el mundo: hablar de amor es hablar en pasado. A un científico neoyorquino se le ocurre exhumar el cuerpo de Petrarca, ese poeta que en el siglo XIV vistió sus versos con una cursilería refinada para su amada Laura.

-Lo traeremos de vuelta a Petrarca. Dará una cátedra de amor que sensibilice al mundo y, así, pueda retornar a su ritmo habitual, con hombres y mujeres que se unan, dispuestos a formar familias. Es la única solución que nos queda, o si no, nos haremos polvo. Créanme: ¡tenemos nuestros días contados!- grita Mark Smith, en una cumbre mundial de científicos convocada de emergencia en EEUU.


La idea de Smith provoca, de manera inmediata, efusivos aplausos en todos los presentes. No se habla más.

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Petrarca ingresa al auditorio. Luce una camiseta roja que lleva impresa el slogan beatlemaniático: “Peace and love”. En su brazo izquierdo lleva tatuado a un Cupido a punto de disparar una flecha de su célebre arco. La noticia del regreso de Petrarca despertó tal interés en el mundo que obligó a Smith a organizar una rueda de prensa previa a la conferencia. El poeta, con esa vestimenta que incluye, además, una gorra echada hacia atrás, es acosado por cientos de flashes que caen como balas en su rostro.

Decenas de reporteros de todo el mundo pelean, con empujones, su derecho a realizarle una pregunta al poeta Petrarca. Una sola.

Periodista de CNN: ¿Amor con arco y flecha? ¿Cómo explicas eso en tiempos como estos, en que Cupido parece haberse jubilado?

Petrarca: Pues qué te diré. Me hallaba yo desprevenido cuando vi sus ojos, esos ojos que “me prendieron”, como consta en uno de mis versos. Fue un 6 de abril de 1327. Un Viernes Santo, un día que “del sol palidecieron los rayos” de este autor compadecido que les habla. La gente, hoy en día, vive muy de prisa. No se deja sorprender por el amor. Yo, en cambio, “sé muy bien que voy tras lo que me arde”.

Periodista de EcuaTV: La revolución del amor ya no está en marcha, ¿por qué?

Petrarca: Es una pena. “Llanto amargo me llueve de la cara” al conocer esa noticia. Y “luego mi espíritu se hiela”. Yo creo que la culpa la tiene Chávez, ese dictador que aún sigue en el poder y que en su país prohibió los besos y abrazos.

Chávez, desde Venezuela, (vía Skype, versión Millennium), se defiende: Tengo 96 años pero estoy más lúcido que un quinceañero. A mí me late que tú eres un imperialista, amigo de todos esos yanquis abominables. Yo prohibí el amor y todas sus manifestaciones porque atentaba contra el Socialismo del Siglo XXI. Mundo, oídme de una vez por todas, ¡o tomamos el camino del socialismo o se acaba el mundo! ¡Patria, socialismo o muerte!

Petrarca: “No soy tan fuerte que la luz resista” las palabras de este hombre imprudente. Yo a Laura la amé. Mirarla fue “mi destino y mi conquista”. Eso mismo le pido a ustedes: miren, alcen la mirada, directito a los ojos. Los poetas renacentistas, como yo, disparábamos a los ojos, matábamos con la mirada.

Periodista de Televisa: Ya nadie consume nuestras telenovelas. ¿Qué haremos, Petrarca?

Petrarca: Si Laura, oh si Laura, fuese protagonista de cualquiera de la programación basura que ustedes transmiten, créanme que yo sería su fan #1. “Se me ha vuelto discorde el pensamiento”, lo sé.

Periodista de Discovery Channel: Ya no hay un solo árbol en el mundo. Todos han sido talados. Tampoco hay animales. Yo ni siquiera sé qué hago en esta rueda de prensa. Aunque, pensándolo bien, todos ustedes son unos animales. Mi trabajo está justificado.

La última frase del reportero de Discovery provoca conmoción en el público. Los gritos se tornan insoportables. Todos discuten. Ya comienzan a repartirse los primeros derechazos, los primeros puntapiés. Los micrófonos y las cámaras salen disparadas por todo lo alto.

Petrarca, cabizbajo, abandona el auditorio. Nadie lo nota. Todos están preocupados en lanzar lo mejor de su repertorio de insultos. Fuera del auditorio, se escucha el ruido que despiden los misiles lanzados. Miles de cuerpos ensangrentados, regado en las calles, comienzan a carbonizarse con un sol apocalíptico.

El fin del mundo ya tocó la puerta.

By Arturo Cervantes with 2 comments