sábado, 16 de julio de 2011

¡Los peligrosos deportes inofensivos!

Es una despiadada mentira decir que los deportes mortales son los que te matan. Mi experiencia muy cercana con deportes, aparentemente, inofensivos me lleva a afirmar todo lo contrario.

Especialmente cuando recuerdo la época en que tomé clases de ajedrez. Todos los miércoles, religiosamente, me reunía en el patio de comidas de un centro comercial con un maestro que me cobraba por humillarme en cada partida. Mi madre, contentísima, estaba dispuesta a pagar lo que sea con tal de que no malgaste mis horas de vacaciones colegiales acostado frente a la TV.

-Es un deporte de inteligentes y totalmente inofensivo- me prometió, y yo cometí el error de creerle.


Después de todo: ¡qué de peligroso podía tener una pacífica partida de ajedrez!


A lo mucho me podría acalambrar los dedos, ¡nada más!, pensé.

Pero me equivoqué. Mi poco misericordioso profesor se disponía a hacerme un jaque mate. Desesperado, moví torpemente uno de mis caballos. Éste saltó, dio unas vueltas sensacionales, de acróbata, por el aire. Intenté agarrarlo, pero, en vez de esto, un movimiento brusco hizo que el café más caliente de la historia se riegue en los muslos de mi contrincante. El tipo se negó a darme clases de por vida.

En otra ocasión, me encontraba jugando billar en un pool, con unos amigos. Dispuesto estaba a conectar el mejor tiro de la noche, pero salió desviado. Un poco, nada más. Sólo unos 5 metros al oeste, directito al ojo diestro de un señor que parecía uno de esos corpulentos y llenos de tatuajes que pelean en Titanes del Ring. Negocié con firmeza mi vida.

Pero mi tesis de que los deportes no-mortales son los que en realidad te matan se sustenta, sobretodo, por la vez que jugaba Snake en mi celular mientras caminaba por el centro. Tan concentrado estaba en superar mi record personal, que no vi que se acercaba una señora embaraza. Mi cabeza chocó con su vientre, donde guardaba alguna criatura que, seguramente, me sigue odiando con su vida. Sensible como estaba por su delicado estado, la mujer se puso a llorar como una cascada. Avergonzado, yo no sabía dónde enterrarme para evitar la vergüenza pública.


Eso sin contar la vez que me dio pulmonía mientras jugaba Play Station en mi cuarto. O el día en que enganché el anzuelo de mi caña de pescar en mi ceja izquierda.


Por eso, las ocasiones que me han animado a hacer bungee jumping en el puente de Baños, a escalar el Chimborazo (segundo refugio) o a realizar rafting (nivel 3) en el río Napo, lo he hecho sin temor alguno. Ya lo peor lo he vivido.

By Arturo Cervantes with No comments

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