Sección: Humor ("7 artículos impertinentes sobre turismo")
Por: Arturo Cervantes
Caricatura: Mheo
Los regalos que los ecuatorianos llevan a sus familiares o amigos en el exterior, generalmente, desencadenan en las glándulas salivales de estos últimos. Se trata de kilos de comida que en el extranjero se añora y que, si se tiene suerte, pasarán a ser kilos de más en el abdomen de un emigrante. Inmensos envases congelados de fritada, jugo de naranjilla y guatita que muchas veces ocasionan sobrepeso en las maletas. Extracto de Ecuador que se convierte en toda una odisea al ser transportada desde el país hasta cualquier rincón del mundo donde viva un ecuatoriano.
Pero existen métodos para hacer menos jodida la cosa. Y todos ellos están relacionados, directa o indirectamente, con la viveza criolla que todo ecuatoriano lleva impregnado en sus venas. Si juntamos la jerga económica y la astronómica, se podría decir que el secreto está en “optimizar el espacio del que se dispone”.
Para comenzar, el equipaje debe ser preparado con anticipación. Los expertos en el arte de preparar maletas de viaje recomiendan dejarlas boca arriba, por lo menos, 24 horas antes del despegue, para que disminuya el peso y, así, evitar discriminaciones en el aeropuerto, donde el equipaje puede ser calificado como “obeso”. Y posiblemente tenga que pagar por su gordura.
La ropa sirve para camuflarlo todo:
Como los ponchos bordados por manos otavaleñas que, estirados, sirven de base y esconden los productos de La Universal.
Las camisetas –entre esas la de la Liga y de la selección- tratarán de ocultar los quimbolitos, las humitas, las hayacas y los bollos de pescado; alimentos que deberán estar congelados y envueltos en papel periódico, trapos y cinta de embalaje.
Los pantalones de Pelileo se los utiliza para esconder los camarones, las conchas negras y los pescados. Mariscos costosos en el extranjero, pero que en la costa ecuatoriana sobran.
Luego se dispersarán enlatados que contengan el slogan “¡Mucho mejor si es hecho en Ecuador!” (Ojo: Creerse el “Mucho mejor si es hecho en Ecuador”, o si no, no vale), tales como: atún, calamares, pulpo, arvejitas. Uff… Descanso. Encebollado, sardinas, mejillones y cangrejos.
En teoría, productos para meter al microondas -como los crujientes panes de yuca y las exquisitas empanadas de morocho y de maíz- no deberían ser olfateados por los perros policías. Enrollarlos con papel aluminio.
Sería un pecado olvidarse de incluir aguardientes ecuatorianos que, en el extranjero, nuestros compatriotas asocian con sus inolvidables noches de despecho. Como el eterno y fiel amigo Zhumir y la infalible Caña Manabita. Y cómo no llevar, al menos, cinco cajetillas de cigarrillos Líder. En España, por ejemplo, la Agencia Tributaria Española, que seguramente es manejada por un fumador compulsivo tipo Sandro y por un borracho a lo Armando Paredes, permite la transportación de hasta 200 cigarrillos y uno o dos litros de bebidas alcohólicas (dependiendo, justamente, del grado de alcohol que contengan).
La verdad sea dicha pues nos hará libres: cuando se sale de cualquiera de los dos aeropuertos ecuatorianos que ofrecen salida internacional, nadie jode. El problema viene después. Luego de la sinfonía de aplausos, siempre interpretada por ecuatorianos apenas el avión pisa suelo extranjero, una señora llamada Aduana se encargará de inspeccionarlo todo. Y pondrá a prueba todas nuestras destrezas para camuflar comida criolla. Pero si fracasamos, si descubren parte de la gastronomía ecuatoriana que guardamos en nuestro equipaje, y pretenden incautarlo todo, y con ello atentar contra el paladar de un migrante que espera sus regalos, y nos dicen: “No puede ingresar esos apestosos alimentos provenientes de su apestoso país”, si sucede todo eso, aún hay una solución. Se puede aplicar –con lágrimas- la de Alfonso Espinoza de los Monteros: “¿Esa es su última palabra?”