domingo, 29 de mayo de 2011

Terminemos el Cuento (2008)

Ya son casi 3 años desde que obtuve el segundo lugar en Terminemos el Cuento: uno de los concursos literarios más importantes del país. Sólo son 3 años, pero, la verdad, siento que diez vidas han transcurrido en ese tiempo.

Fue, digamos, el empujón que necesitaba. La primera vez que me di cuenta que algo escrito por mi pluma podía tener una recompensa económica (un viaje por un crucero en Galápagos, en este caso). La primera vez que dije: “Ok, vivir de lo que se escribe es posible, vamos a intentarlo”.

Y lo intenté.

Hasta entonces, no había publicado ni en la revista de mi barrio. A lo mucho unos cuantos artículos en un periódico escolar.

Tenía 18 años, cargaba un título de bachiller en el brazo y no sabía qué mierda hacer con él. No sabía qué hacer con mi vida. No sabía qué carrera universitaria seguir. Ni hallaba una respuesta para la típica pregunta que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos formulado: ¿Qué quiero ser de grande?

Quedar en segundo lugar entre 581 trabajos presentados me hizo creer que es posible. Que escribir es mucho más que un buen hobbie. Y, lo más importante, me motivó a dejar mi anterior carrera: Ingeniería Comercial. Porque, me di cuenta, sólo la había escogido porque fue la primera que se me ocurrió. La que estudia todo el mundo cuando no sabe qué estudiar. La abandoné como quien abandona el celular que ya no sirve, y me puse a escribir.

A Terminemos el Cuento le debo todo eso.

Estas son algunas publicaciones de prensa de la época:

http://www.eluniverso.com/2008/10/12/0001/18/BF6B8166DE3F4D63B315874E961D294F.html
http://www.eluniverso.com/2008/10/12/0001/18/BF6B8166DE3F4D63B315874E961D294F.html

Y aquí va el cuento (la primera parte es de Vargas Llosa. El resto, después de la línea divisoria, es mío). Lo leo y no me gusta lo que escribí. Pero de eso mismo se trata la escritura: de ver el pasado con inconformidad para, en un futuro no muy lejano, evolucionar, mejorar, mutar.




El paso de Lucho Gatica por Lima



El paso de Lucho Gatica por Lima fue adjetivado por Pascual en nuestros boletines como "soberbio acontecimiento artístico y gran hit de la radiotelefonía nacional". A mí la broma me costó un cuento, una corbata y una camisa casi nuevas, y dejar plantada a la tía Julia por segunda vez.


Antes de la llegada del cantante de boleros chileno, había visto en los periódicos una proliferación de fotos y de artículos laudatorios ("publicidad no pagada, la que vale más", decía Genaro hijo), pero solo me di cuenta cabal de su fama cuando noté las colas de mujeres, en la calle Belén, esperando pases para la audición. Como el auditorio era pequeño –un centenar de butacas– solo unas pocas pudieron asistir a los programas. La noche del estreno la aglomeración en las puertas de Panamericana fue tal que Pascual y yo tuvimos que subir al altillo por un edificio vecino que compartía la azotea con el nuestro. Hicimos el boletín de las siete y no hubo manera de bajarlo al segundo piso:


–Hay un chuchonal de mujeres tapando la escalera, la puerta y el ascensor –me dijo Pascual–. Traté de pedir permiso pero me creyeron un zampón.


Llamé por teléfono a Genaro hijo y chisporroteaba de felicidad:


—Todavía falta una hora para la audición de Lucho y la gente ya ha parado el tráfico en Belén. Todo el Perú sintoniza en este momento radio Panamericana.

Le pregunté si en vista de lo que ocurría sacrificábamos los boletines de las siete y de las ocho, pero él tenía recursos para todo e inventó que dictáramos las noticias por teléfono a los locutores.


Así lo hicimos y, en los intervalos, Pascual escuchaba, embelesado, la voz de Lucho Gatica en la radio, y yo releía la cuarta versión de mi cuento sobre el senador eunuco, al que había acabado por poner un título de novela de horror: La cara averiada. A las nueve en punto escuchamos el fin del programa, la voz de Martínez Morosini despidiendo a Lucho Gatica y la ovación del público que, esta vez, no era de disco sino real. Diez segundos más tarde sonó el teléfono y oí la voz alarmada de Genaro hijo:


—Bajen como sea, esto se está poniendo color de hormiga.
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La conjunción del tono exasperado de Genaro y el calificativo utilizado para demostrar la seguramente complicada situación en que se encontraba, fue lo que merecieron mi total atención.


La primera vez, que recuerdo haber escuchado de Genaro la adjetivación "color de hormiga", sumado a un alterado tono de voz, fue hace unos cuantos años atrás. Él había chocado el auto de un diputado de izquierda. Eran aquellos días en los que se quería entrar, a paso lento, en épocas dictatoriales. El político, al reconocer el rostro de Genaro, lo había amenazado con cerrar la radio.


En esa ocasión lo escuché decir: "Pasé un susto color de hormiga" y lo soltó con un pesimismo agarrado en su garganta.


Esta vez, aunque no lo podía ver (el teléfono es un artefacto egoísta, que no deja observar gestos ni expresiones), mi imaginación no me impidió el honor de visualizarlo.

Así que cuando recibí su mensaje de alerta, se lo comenté de inmediato a Pascual. Juntos decidimos cumplir "su orden" a la perfección, sin saber aún cómo lo haríamos.


Sabíamos que el primer paso era llegar al lugar de los hechos. Por un momento nos sentimos protagonistas de una novela policial.


Bajamos a la puerta principal y todas esas mujeres presentes (eran aún más de lo que habíamos observado horas antes) seguían ahí.


No recuerdo cómo fue exactamente, ni cuánto tiempo me tardó lograr la titánica misión de llegar al auditorio, lo único que me acuerdo es que Pascual no estuvo dispuesto a ser mi Sancho Panza en esta tarea, y decidió esperar afuera, donde el peligro no acechaba.


Al llegar al lugar de los hechos, Genaro se sorprendió más de verme ahí que al evidenciar lo destrozado de mi piel, de mi corbata, camisa y las hojas de mi cuento del senador que aún no terminaba de corregir. Talvez estaba pagando mi falta de cortesía por haber dejado plantada a la tía Julia y más aún cuando ahora se volvería a repetir el desplante.


-No permiten que Lucho se retire- me dijo, al mismo tiempo que señalaba la bodega que el muy solicitado cantante había escogido como refugio improvisado.


Era la multitud compuesta, en su mayoría, de mujeres, quienes querían –inclusive- quitarle la ropa a Gatica. Había sido el concierto, de esos en los que el artista tiene que pagar su "perfección". A Lucho Gatica, el excesivo romanticismo en sus letras le podía costar acaso la vida.

Sus canciones habían llegado hasta lo más profundo en las mujeres presentes, quienes se encontraban muy excitadas.
Fue menester el uso del ingenio de un señor de rasgos muy definidos, algo de maquillaje, un poco de gel, un terno, una camisa y una corbata, para completar una misión que -para mi desgracia- se cumplió a la perfección.


Cuando salió el apuesto señor, las mujeres reaccionaron de la manera en que, ¡por Dios, todo el mundo sabía!, iban a reaccionar.


No olvidaré jamás el día en que fui desnudado y rasguñado por parte de esa multitud de mujeres desenfrenadas. A mí, el hacer de superhéroe solidario, me costó un mes en la clínica, mientras
Lucho Gatica –con su disfraz de hombre común- salió algunas horas después por la puerta principal, sin ser molestado por nadie.

By Arturo Cervantes with 1 comment

1 comentarios:

Hola! Yo quedé en tercer lugar en la edición hondureña de terminemos el cuento en ese mismo año el 2008. Interesante ver que este concurso despertó tu interes por la escritura, estaba revisando tu blog y me pareció muy atractivo... tienes un estilo muy curioso. Te dejo mi correo para intercambiar experiencias y conocerte un poco mejor, es gcastillor@gmail.com Ultimamente por cuestiones de trabajo he escrito muy poco pero me gustaría retomar este sano vicio. Escríbeme.
Lupe Castillo

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