viernes, 17 de diciembre de 2010

Brenda González: la muralista sordomuda


La primera vez que vi un mural de Brenda González, no sabía que lo que estaba viendo era un mural de Brenda González. Admiré, así, sin saber el nombre de la autora, las casi tres mil piezas de cerámica al horno, con cientos de espirales y figuras geométricas multicolores, con pequeños espejos que dan la sensación de movimiento, y con luces que, desde aquel día, dieron vida a lo que en el pasado era un desabrido y tradicional paso peatonal de cemento. Mientras manejaba por la Avenida Barcelona, lancé al aire la misma pregunta que todos los guayaquileños, por lo menos una vez en sus vidas, han arrojado: ¿quién es la culpable de la colorida e imponente obra abstracta, ubicada a pocos metros del estadio Monumental de Barcelona?

Brenda parece extraída de una agencia de modelos europea. Es rubia, tiene unos inmensos ojos limones y pecas en los brazos. Soltera y sordomuda en un país no apto para sordomudos: con pocos canales de televisión que ofrecen, en su programación diaria, el universal lenguaje de las señas; con escuelas, colegios y universidades sin la capacitación necesaria para acoger a personas con este tipo de discapacidad; con una Constitución que reconoce el lenguaje de las señas, pero que no impulsa su educación. Si uno nace sordomudo en el tercer mundo (región que posee el 80% de sordomudos del planeta), tiene todas las de perder.

Nunca ha querido tener un maestro. Lo suyo es el arte por el arte: coger el pincel y pintar lo que su espíritu le sugiera. Una autodidacta por excelencia. Alguna vez, sin embargo, cuando recién estaba dando sus primeros pasos en el arte de pintar sin hablar, sus hermanas (quienes llevan su imagen artística) le colocaron un profesor de arte para “pulir su técnica”. El profesional abandonó cabizbajo la casa de Brenda, por la puerta trasera, casi a patadas, luego de intentar -sin éxito- plagiar el estilo de su alumna predilecta.


Tampoco ha querido aprender el universal lenguaje de señas. Ella prefiere expresarse en sus cuadros, la mayoría de ellos, caracterizados por gozar de una gama eterna de colores. El arco iris completo. El círculo cromático en vivo y en directo. Si sus cuadros hablaran por ella, dirían que Brenda es feliz.

El momento cumbre de su carrera ocurrió en el 2007, cuando el alcalde que ostenta el bigote más grande del Ecuador, Jaime Nebot, visitó la casa de Brenda y le solicitó fabricar un mural en el puente peatonal de la Avenida Barcelona, luego de quedar maravillado en una de sus exposiciones de arte. El diseño final estuvo listo algunos meses después, e inmediatamente se autorizó a un muralista del Cabildo para que comience con la obra. La única que ha permitido masificar el arte de Brenda, la misma que provoca diariamente más de un rostro que, en lenguaje emoticón, sería el de una boca ovalada. Rostros boquiabiertos provocados por el pecado de transitar por la zona donde la plantilla de jugadores de Barcelona tiene su morada.

El mural fue construido con cerámica. Ese fue uno de los pedidos de Brenda: que no se utilice nada de pintura, pues quería evitar la naturaleza efímera de ese material. Su exigencia tuvo un precio digerible: 75 mil dólares y 150 días de trabajo artesanal. Nada más, nada menos.
Finalmente, el 30 de agosto de 2007, el mismo alcalde Nebot fue el encargado de inaugurar oficialmente la obra. Hasta ahora son diez años que el Municipio se ha dedicado a vestir, artísticamente, decenas de viaductos guayaquileños. Y esa fue la primera ocasión en que le confió a una talentosa artista sordomuda una de sus tareas municipales.


En el futuro, Brenda tiene pensado decorar el paso a desnivel ubicado a la entrada a Samborondón, donde reside en un departamento con vista al centro comercial Riocentro Entre Ríos. Por ahora, la idea sigue cristalizada en una foto ficticia: un hermoso dibujo abstracto y azulado que con ayuda virtual fue colocado sobre lo que, en la vida real, aún es cemento. Una pared natural nada coqueta que podría dejar de serlo en caso de que el proyecto de Brenda se concrete.



Su casa es, además, su galería-estudio. El lugar donde Brenda reposa su mano mágica, la hace funcionar para crear algo nuevo y recibe a sus clientes-fans. Ahí se concretan las ventas, le dicen: ` ¡Qué hermoso cuadro!´, `Qué maravilla de textura´, `Perfecta combinación de colores´, y luego, encima, le pagan por los halagos. No tiene una rutina de trabajo. Pinta cuando le da la gana. Y eso, en términos de tiempo, puede ser en la madrugada o al amanecer. Uno, dos y hasta tres cuadros al mismo tiempo. No tiene ninguna influencia artística. No asiste a exposiciones. Sospecha que eso podría embarrar su talento artístico tan innato.

Los cuadros de Brenda no tienen títulos. No le interesa titular sus obras, encerrar el significado de su arte con un nombre, limitar las interpretaciones de sus trabajos. Prefiere la pluralidad de reflexiones en torno a todo lo que hace.

Excepto el único mural que ha hecho, el único que lleva su firma, el ubicado en la Av. Barcelona. A esa obra artística tituló: “Guayaquil de fiesta”. Y uno, luego de enterarse de esa denominación, no puede evitar preguntarse por qué le dio a toda una ciudad un título que representa, más biensu forma de afrontar la vida. Y de pintarla.

*Revista Caras, julio/2010

By Arturo Cervantes with 2 comments

2 comentarios:

que hermoso carajos! muy bonito!

Es una obra magnífica...........impresionante digna de admiración.

Publicar un comentario