
A mis cortos 19 años, las probabilidades de una muerte prematura han aumentado, en los últimos días, drásticamente. Pues bien, me detectaron una gastritis que está próxima a llamarse úlcera crónica. ¿Que cuáles son los síntomas? Me arde el estómago casi todo el día (y eso incluye las noches también, porsiaca). Yo, que antaño no me despertaba ni porque en el país se acababa de registrar el temblor más fuerte de la historia (al día siguiente me lo contaban, nunca lo podía comprobar), ahora me despierto todas las madrugadas víctima de un ardor abdominal (más fuerte que el dolor que, seguramente, siente Correa cada vez que su hermano lo acusa de algo nuevo). El doctor me ha dicho que, cuando eso me ocurra, o bien coma, o, en su lugar, tome un vaso de leche tibia. OK, he tomado al pie de la letra su recomendación: ayer me tomé nueve vasos de ese líquido blanco que –sin café- tanto detesto. Aparte, cada hora como algo nuevo (galletas, papas fritas, sánduches…) Probablemente se me reviente la úlcera (pues no pretendo acatar la sugerencia que atenta contra la vena mexicana que, no sé por qué, poseo: la de dejar a mi fiel y belicoso amigo el ají) Aunque, pensándolo bien, la úcera es lo de menos. Lo más probable es que me muera por indigestión: últimamente, con mi nuevo régimen alimenticio, le he dado mucho trabajo a mi retrete. ¡Diablos! Los médicos nunca piensan en los efectos secundarios.