Entrevista a Juan Fernando Andrade

Hoy, el diario Expreso (en su edición impresa, no web) sacó un especial denominado "Guayaquil Universitario". ¿La idea? Poner a escribir a estudiantes de Periodismo de ocho universidades diferentes

Dos semanas como reportero del Extra

Cada que cuento que trabajaré en el Extra, alguien intenta asesinarme. Y por cualquier vía. Ya sea llamándome a mi celular, enviándome un mensaje por Twitter o insultándome cara a cara, como Dios manda

¡Los peligrosos deportes inofensivos!

Es una despiadada mentira decir que los deportes mortales son los que te matan. Mi experiencia muy cercana con deportes, aparentemente, inofensivos me lleva a afirmar todo lo contrario

If you are going [...]

Gerry

Cuando terminé de ver esta peli, no sabía si ponerme de pie y aplaudir efusivamente o regalarme (urgente) un fin de semana en un spa

Terminemos el Cuento (2008)

Ya son casi 3 años desde que obtuve el segundo lugar en Terminemos el Cuento: uno de los concursos literarios más importantes del país

Mostrando entradas con la etiqueta El delito. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta El delito. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de octubre de 2009

El delito



Hasta antes de aquel viernes, yo no había matado a nadie. Si algo de honra me quedó después del homicidio, la usé para aceptar el delito con la hombría que me proporcionaba la década de existencia que entonces tenía. Aunque tampoco tenía otra opción: mis amigos lo habían visto todo.

No recuerdo con exactitud por qué un viernes por la tarde no me encontraba en la cancha de fútbol -que quedaba a unos cuantos pasos de mi casa- junto con mis amigos, pero supongo que debió haberme suscitado un caso excepcional que justifique mi ausencia. El hecho es que cuando llegué a la cancha, el único vestigio que quedaba de un partido de fútbol -que ya pertenecía al pasado- era la imagen de tres amigos postrados sobre el césped, cansados, sudados, pero con una sonrisa enigmática que prendió la mecha de mi estado dubitativo.

- ¿Qué se traman?- les dije luego de saludarlos con el saludo exclusivo que nos identificaba como grupo.

- Encontramos el huevo de un ave- me comentó uno de ellos antes de recalcar que, además, estaba vivo.

No desconfié de sus palabras, sino de aquello que me presentó como supuesto “huevo de ave”. Su tamaño, ¡tan diminuto!, se asemejaba más al grosor de un chicle “Agogo” blanco que al hogar temporal de un ser vivo.

-Ah, ¿qué, no crees?- insinuó el mayor de todos- . Pues apriétalo si estás tan seguro, me dijo con un tono desafiante que yo juzgué como una falsedad premeditada.

Contemplar sus rostros impávidos ante lo que me disponía a hacer, y volver a observar aquello que mis manos cargaban, sólo aumento mi convicción de que eso, definitivamente, no era el huevo de un ave.

Revelar lo que aconteció después sería detallar un crimen que prefiero no recordar. Me limitaré a decir que cuando apreté con todas mis fuerzas aquello que cargaba en mis manos, lo hice con la seguridad de que me encontraría con cualquier cosa menos con un pichón que aún no tenía edad ni estatura para nacer. Sentí su latido y la sangre chorreando sobre mis manos, y escuché los pequeños gemidos que lanzaba mientras agonizaba.

Una caja de fósforos, que hizo de ataúd improvisado, y unas cuantas flores sirvieron para el entierro de un animal que murió en menos tiempo del que vivió. Cavamos un profundo agujero en la tierra y enterramos a ese diminuto pichón, no sin antes rendirle los honores respectivos. Sobre un pedazo de cartón escribimos un nombre que en ese momento arbitrariamente le asignamos, y que sirvió para que pueda ser identificado no en vida, sino en muerte. Por último, clavamos una cruz (hecha con fósforos y forrado con periódico y cinta) y nos retiramos con la conciencia intranquila (que se vio reflejada en los resultados de nuestros próximos partidos de fútbol) pues todos nos consideramos, según me lo revelaron días después, cómplices del delito.

Aún solemos visitar la tumba de aquel animal. Especialmente todos los días 7 del primer mes de cada año, fecha en la que se consumió ese atroz crimen. Algunos de mis amigos, incapaces de superar la culpa, se han adherido a AnimaNaturalis. Yo, por mi parte, después de aquel viernes, no he vuelto a matar.

By Arturo Cervantes with 5 comments