
El espectáculo incluía un árbitro –con uniforme de reo, silbato y un cronómetro en su muñeca izquierda- y dos asistentes encargados de hacer respetar el reglamento universal del Match de impro: no se pueden usar chistes, slogans o personajes chichés; las historias deben tener coherencia con los títulos dados por el público o por el juez; se debe respetar el número de jugadores, el tiempo y el estilo dado por el árbitro (historias al estilo de una telenovela mexicana o de una película de acción hollywoodense o de un documental de Discovery, por sólo citar unos cuantos ejemplos); y un etcétera tan exigente como el reglamento oficial de la FIFA.
Entraron con curiosidad guayaquileña y se sorprendieron: un teatro que no era teatro, sino, más bien, un patio diminuto. Actores que no eran actores. O, al menos, no como hasta entonces, pensaban que eran los actores: seres anclados a un texto teatral, con vestuarios para cada personaje, sin la virtud de la espontaneidad. “El libreto es como una camisa de fuerza a la que, lastimosamente, los actores tenemos que estar ceñidos”, me diría, muchos años después, Hugo.
Hugo Avilés, fundador del grupo Fantoche
Recién en Ecuador, contactaron a Behrens. Lo invitaron a que dicte talleres de su especialidad en Guayaquil y funde la Liga Ecuatoriana de Improvisación (LEI), pues él era el único autorizado en Latinoamérica para inaugurar ligas de ese tipo. Aceptó. A cambio de una amabilidad económica, claro. De inmediato, Hugo, Ruth y otra integrante del grupo, Raquel Rodríguez, lanzaron una convocatoria dirigida a “actores profesionales y no profesionales que estén interesados en formar un grupo de teatro impro”. La respuesta fue inmediata.
Cuarenta personas, entre esas Karen Mendoza, María Fernanda Gutiérrez, Antonella Rossi y Fabricio Mantilla, se acercaron de manera cautelosa, sin tener muy claro por dónde iba el asunto, y participaron de una pre-selección. Dieciocho afortunados fueron seleccionados para recibir el taller de capacitación con Behrens. Aprendieron destrezas generales de improvisación y las reglas del Match de Impro. El taller culminó con la presentación de aquel histórico Match de improvisación ecuatoriano, formato teatral-deportivo que Fantoche siguió practicando en diferentes escenarios.
Un año después, en el 2004, trajeron a Gustavo Miranda (director de “Acción impro”), un nombre que sigue sonando fuerte en Colombia, su país de cuna. Su grupo había participado en dos mundiales de improvisación, en Argentina y México. Contaba con una sala ubicada en el barrio más pudiente de Medellín: El Poblado. Con presentaciones todos los fines de semana. Con un público devoto que lo seguía a todos lados. Con un elenco de improvisadores frescos, recién salidos del horno, de la universidad. Con ese perfil auspicioso llegó Gustavo a Guayaquil para enseñarles a crear formatos de improvisación largos.
Después del taller dictado por Gustavo, Fantoche voló muy alto. En el 2005, el grupo organizó el I Festival de Teatro de Improvisación de Guayaquil. Vinieron tres grupos de improvisación foráneos: Acción impro (Colombia), Ketó (Perú) y la LMI (México). Pasaje, estadía y honorarios: cortesía de la casa. Fantoche tan solo tenía tres años en la actividad, pero ya había alcanzado un sueño recurrente en los grupos de improvisación: crear un formato propio. “Zona impro”, una patente que, con éxito, pusieron en escena en ese festival internacional.
Los siguientes años, en cambio, fueron ellos los invitados a festivales en Colombia, Brasil y Chile. Se mezclaron con los pesos pesados de la improvisación: como Impromadrid (España), Lospleimovil (Chile) y Jogando no Quintal (Brasil). Llevaron otro formato de improvisación de su autoría: “Momentos improlongados”. En esos viajes, notaron que las posibilidades de improvisación son ilimitadas (vieron desde impro-danza hasta impro-percusión) y que la mayoría de los grupos latinoamericanos de impro tenían casas de teatro, adecuadas para el caso, en galpones. Se vieron al espejo: ellos aún eran un grupo nómada. Así nació la Casa Fantoche, que tiene serios motivos para justificar su nombre: una cocina con un refrigerador repleto de cervezas, una sala para poner en escena las improvisaciones, un baño y tres cuartos (uno de ellos, con un plasma en el que siempre se exhiben cortometrajes y una pequeña mesa con hojas para jugar Chantón). El público, con cerveza en mano, se sienta en el suelo, en cojines multicolores, pide algún piqueo y observa a pocos centímetros todo el espectáculo.
Uno que vi se llama “Fun fun impro”. Y, en serio, todo es diversión. Vestida con una minifalda y blusa escotada, Katherine Donoso sale con una bandeja y reparte shots de aguardiente. Casi al mismo tiempo ingresan, bailando, tres improvisadores con vestuario colorido: Hugo Avilés, Fabricio Mantilla y Ruth Coello, quienes rebajan sus pechos hasta pasar por un chupete gigante. Por último, Juan José Jaramillo, presentador del espectáculo, entra al escenario con un chaleco blanco y un gigantesco sombrero morado. Lanza un dado gigante, que rueda gracias a las manos en alto de los espectadores. Aquella noche, se detuvo en el número cinco. Y, por eso, jugaron “Abecedario”, que funciona con dos jugadores. Cada uno de ellos debe utilizar -en orden- las letras del alfabeto para cada uno de sus diálogos, y así fabricar una sola historia. El público (compuesto mayoritariamente por estudiantes o profesionales de Diseño o Publicidad) dio el tema: “La PJ (Policía Judicial)”. Hugo y Ruth comenzaron con la letra “P”, y dieron una vuelta magistral a todo el abecedario con una ingeniosa historia de dos presos. El dado siguió rodando. Esta vez, deben jugar “Principio y final”. ¿Cómo inicia la historia?, pregunta el presentador al público. “Dentro de una cartera”, grito. Mi pedido es aceptado. “¿Y cómo termina?”, vuelve a preguntar. “Jugando a las escondidas”, sugiere una pelirroja. “En un bar alternativo”, pide una chica de ojos marrones, casi al mismo tiempo. “Entonces, la historia termina: ‘Jugando a las escondidas en un bar alternativo’. ¡Que comience la impro!”, ordena el presentador. Y la historia sorprende a todos. Dos enanos que roban cosas dentro de la cartera de una gigante. La gigante los descubre y los usa como muñecos: los monta en un coche deportivo de la Barbie y terminan, efectivamente, jugando a las escondidas en un bar gay.
El espectáculo concluye. Los improvisadores se van al camerino, gritan “Mucha mierda”, se visten como personas normales, y regresan donde el desesperado público que los espera, con rostros de groupies, para tomarse fotos y felicitarlos.
Todo era perfecto. Quería descubrir qué había detrás de todo esto. Al igual que un maniaco tras la receta de la Coca Cola, yo estaba obsesionado por saber cómo inventaban historias de la nada.
Ese Hugo Avilés también salía en De la Vida Real, no?
Carlos A.
Carlos A.,
Sí, él es. Anda a verlo a Fantoche (Rocafuerte y Loja), es de carne y hueso.