miércoles, 8 de diciembre de 2010

Últimos días


Año 2050. La Tierra luce como el dormitorio de un adolescente desordenado. La III Guerra Mundial acaba de estallar, los países se disputan las últimas gotas que quedan de agua en un planeta seco y caliente como un horno.

Las mujeres se extinguen a la velocidad de la luz. Quedan pocas, muy pocas. Y esas pocas se niegan a tener hijos. Tampoco quieren saber nada de matrimonio. La raza humana parece condenada a un penoso olvido.

La Ciencia se rasca la cabeza. No hay una sola pareja en el mundo: hablar de amor es hablar en pasado. A un científico neoyorquino se le ocurre exhumar el cuerpo de Petrarca, ese poeta que en el siglo XIV vistió sus versos con una cursilería refinada para su amada Laura.

-Lo traeremos de vuelta a Petrarca. Dará una cátedra de amor que sensibilice al mundo y, así, pueda retornar a su ritmo habitual, con hombres y mujeres que se unan, dispuestos a formar familias. Es la única solución que nos queda, o si no, nos haremos polvo. Créanme: ¡tenemos nuestros días contados!- grita Mark Smith, en una cumbre mundial de científicos convocada de emergencia en EEUU.


La idea de Smith provoca, de manera inmediata, efusivos aplausos en todos los presentes. No se habla más.

***

Petrarca ingresa al auditorio. Luce una camiseta roja que lleva impresa el slogan beatlemaniático: “Peace and love”. En su brazo izquierdo lleva tatuado a un Cupido a punto de disparar una flecha de su célebre arco. La noticia del regreso de Petrarca despertó tal interés en el mundo que obligó a Smith a organizar una rueda de prensa previa a la conferencia. El poeta, con esa vestimenta que incluye, además, una gorra echada hacia atrás, es acosado por cientos de flashes que caen como balas en su rostro.

Decenas de reporteros de todo el mundo pelean, con empujones, su derecho a realizarle una pregunta al poeta Petrarca. Una sola.

Periodista de CNN: ¿Amor con arco y flecha? ¿Cómo explicas eso en tiempos como estos, en que Cupido parece haberse jubilado?

Petrarca: Pues qué te diré. Me hallaba yo desprevenido cuando vi sus ojos, esos ojos que “me prendieron”, como consta en uno de mis versos. Fue un 6 de abril de 1327. Un Viernes Santo, un día que “del sol palidecieron los rayos” de este autor compadecido que les habla. La gente, hoy en día, vive muy de prisa. No se deja sorprender por el amor. Yo, en cambio, “sé muy bien que voy tras lo que me arde”.

Periodista de EcuaTV: La revolución del amor ya no está en marcha, ¿por qué?

Petrarca: Es una pena. “Llanto amargo me llueve de la cara” al conocer esa noticia. Y “luego mi espíritu se hiela”. Yo creo que la culpa la tiene Chávez, ese dictador que aún sigue en el poder y que en su país prohibió los besos y abrazos.

Chávez, desde Venezuela, (vía Skype, versión Millennium), se defiende: Tengo 96 años pero estoy más lúcido que un quinceañero. A mí me late que tú eres un imperialista, amigo de todos esos yanquis abominables. Yo prohibí el amor y todas sus manifestaciones porque atentaba contra el Socialismo del Siglo XXI. Mundo, oídme de una vez por todas, ¡o tomamos el camino del socialismo o se acaba el mundo! ¡Patria, socialismo o muerte!

Petrarca: “No soy tan fuerte que la luz resista” las palabras de este hombre imprudente. Yo a Laura la amé. Mirarla fue “mi destino y mi conquista”. Eso mismo le pido a ustedes: miren, alcen la mirada, directito a los ojos. Los poetas renacentistas, como yo, disparábamos a los ojos, matábamos con la mirada.

Periodista de Televisa: Ya nadie consume nuestras telenovelas. ¿Qué haremos, Petrarca?

Petrarca: Si Laura, oh si Laura, fuese protagonista de cualquiera de la programación basura que ustedes transmiten, créanme que yo sería su fan #1. “Se me ha vuelto discorde el pensamiento”, lo sé.

Periodista de Discovery Channel: Ya no hay un solo árbol en el mundo. Todos han sido talados. Tampoco hay animales. Yo ni siquiera sé qué hago en esta rueda de prensa. Aunque, pensándolo bien, todos ustedes son unos animales. Mi trabajo está justificado.

La última frase del reportero de Discovery provoca conmoción en el público. Los gritos se tornan insoportables. Todos discuten. Ya comienzan a repartirse los primeros derechazos, los primeros puntapiés. Los micrófonos y las cámaras salen disparadas por todo lo alto.

Petrarca, cabizbajo, abandona el auditorio. Nadie lo nota. Todos están preocupados en lanzar lo mejor de su repertorio de insultos. Fuera del auditorio, se escucha el ruido que despiden los misiles lanzados. Miles de cuerpos ensangrentados, regado en las calles, comienzan a carbonizarse con un sol apocalíptico.

El fin del mundo ya tocó la puerta.

By Arturo Cervantes with 2 comments

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