jueves, 3 de febrero de 2011

Juan Pablo Meneses, el periodista portátil


Estuvo en el mítico campo de guerra vietnamita, disparando un fusil AK 47 y escribiendo su experiencia. Lo mismo hizo cuando participó en una película porno de Ron Jeremy, en New York. También navegó una semana en un barco Greenpeace, con un grupo de enfermos ecologistas que arriesgan su vida con tal de salvar ballenas, y hasta se animó a correr en la mortal carrera con toros de San Fermín.

El periodismo, para él, es una excusa para recorrer el mundo e incomodar su ritmo cardiaco.

El día en que la Policía Nacional se apropió del país, el chileno Meneses estaba en Guayaquil. Dictaba un taller de crónicas periodísticas en la Universidad Católica, cuando, de repente, una orden institucional lo obligó a él y a quienes lo acompañaban a refugiarse en una sala de profesores. Delincuentes armados habían ingresado a la universidad para asaltarla.

Afuera, la ciudad lucía como el dormitorio de un adolescente desordenado. Algo me dijo que ese era el ambiente ideal para conversar con alguien como él, que, a sus 41 años, todavía vive su vida con intensidad, como si se tratase de la mejor de las ficciones.


Han sido 14 años ininterrumpidos de viajes. En los últimos tres meses estuviste en Argentina, Chile, Brasil, Colombia, Perú, Uruguay y ahora estás acá, en Ecuador. ¿Hasta cuándo, Juan Pablo, hasta cuándo?
La verdad, no sé. Es una vida que ya la decidí y que no voy a poder cambiarla ni con un trabajo a tiempo completo, en una oficina. Hoy por hoy todo requiere de viajes, de dormir en hoteles y estar en contacto con personas de distintas nacionalidades. En ese sentido, lo que yo hago y denomino “Periodismo Portátil” es sólo una reacción a una demanda actual.

Periodismo Portátil es eso: viajar por el mundo para contar historias reales. Un periodista portátil utiliza cualquier cyber del planeta como oficina. Luego ofrece lo escrito a distintos editores de revistas internacionales para que publiquen sus historias.

¿Y no te cansas de viajar?
Sí, me canso. Pero cuando trabajaba en una oficina, con horario fijo, con saco y corbata, con el mismo jefe y los mismos compañeros todos los días, me cansaba muchísimo más.

A los 27 años maté mi anterior vida de oficinista. Hice una apuesta al todo o nada: compré una Compaq E 500 y una cámara digital y me fui de Santiago sin destino fijo. Mi objetivo parecía extraído de un cuento de aventuras: viajar y contar historias por el mundo. Mi familia me decía que la iba a pasar muy mal. Fue el riesgo más grande que he tomado en mi vida. Y pudo no haber funcionado.

Y ahora, que publicas en prestigiosas revistas internacionales, que tienes cuatro libros escritos, que das conferencias por el mundo, ¿eres el orgullo de la familia?
No, yo siempre fui a la oveja negra. Imagínate que tengo un hermano economista que se graduó en Harvard, él, en verdad, es la estrella de la familia. De todas formas, sí provoqué un cambio considerablemente en una familia muy tradicional, de trabajo fijo, con una tradición de oficina. Y ahora mis sobrinos que me leen en revistas, y que ven que viajo, cuando les pregunto qué quieren ser de grandes, me dicen que quieren ser escritores, guitarristas de una banda de rock, pintores u otros oficios más independientes.


¿Hace cuánto que no regresas a Chile, tu país natal?
Regreso esporádicamente, pero nunca me quedo más de dos semanas. Eso desde hace 14 años. Siempre me he sentido extranjero, inclusive, en mi propio país.


Entonces, ¿cuál es la nacionalidad de un periodista portátil?

Yo no creo en las nacionalidades, no poseo ninguna. Soy un ciudadano portátil. O, como dijo Dante en La Divina Comedia, “mi patria es el mundo en general”. Siempre me he sentido extranjero. Y cuando digo “extranjero” quiero decir que todo lo veo desde afuera. Me parece que eso, para los que nos dedicamos a escribir, es saludable. En el fondo, uno tiene ese ADN.

¿Cómo ves la vida en los hoteles?

Los hoteles son sitios de oportunidades. Yo de pequeño los veía con admiración: ahí sólo entraban personas importantes, que sabían hablar muchos idiomas. Ahora, que noto que se han convertido en mis hogares, me doy cuenta de que nunca voy a poder salir de ellos. La vida de hotel es como la de un drogadicto o la de un inmigrante: quieres, pero no puedes.

¿Has perdido la noción de dónde te encuentras: te levantas en la mañana y no sabes dónde rayos estás?

Sí, y es algo terrible. El otro día me sucedió eso en Cândido Godói (Brasil), un pueblo que es considerado la capital mundial de los gemelos. Fui a escribir esa historia para la revista SoHo y me desubiqué, me perdí, no sabía dónde estaba. Sólo un día antes había estado en Lima, presentando mi último libro.

En otra ocasión, estaba dando una conferencia de periodismo en un auditorio de La Paz y me despedí con un: “Gracias, colombianos, por haberme recibido”. Venía de Colombia y aún no había asimilado el cambio de territorio. Yo pensaba que eso sólo le ocurría a Julio Iglesias.

Pero eso se lo aprovecha. Cuando todo está en caos, como ahora con este intento de Golpe de Estado en Ecuador, yo sé que me va a ir muy bien porque el periodismo portátil es de sobrevivencia y a esas cosas se les saca partida. Cuando todo está en orden, tranquilo, yo sé que me va a ir pésimo porque no tengo nada que contar.


¿Prefieres, entonces, vivir en peligro?

Sí, porque la máxima del periodismo portátil es sobrevivir escribiendo historias por el mundo. Y las situaciones caóticas me inducen a narrar. Cuando eso ocurre, el papel y la pluma me coquetean.

La palabra “sobrevivir” es muy importante. Yo creo que el periodismo portátil en Latinoamérica podría funcionar muy bien, y yo podría dejar de ser el único que me dedico a esto. Vivimos en un continente de urgencia y aprendemos desde chicos a sobrevivir: aprendemos que los policías se pueden tomar las calles, incendiar llantas y lanzar gases lacrimógenos, pero que, de todas formas, nosotros debemos llegar a casa intactos; conocemos qué esquinas son peligrosas y cuáles no; sabemos que no se puede confiar en los extraños. Son barreras por superar, son reglas de supervivencia. Cuando vivía en Barcelona y me dedicaba a este tipo de periodismo freelance, sabía que lo mejor para mi bolsillo sería aprovechar una promoción de dos hamburguesas al precio de una que lanzó Burguer King. Eso no me lo enseñó nadie. Se trata de tener ingenio para, literalmente, sobrevivir y no morir de hambre.


¿En qué otras ocasiones has mostrado tu instinto de supervivencia?

Las veces que, ejerciendo este oficio, me han asaltado y apuntado con un arma. O cuando recibí amenazas de un grupo de ultravegetarianos argentinos, luego de escribir el libro “La vida de una vaca”, para el cual me compré uno de esos animales y lo maté. Todo para poder explicar la pasión que tienen los argentinos por la carne. O cuando una barra brava de fútbol descubrió que me infiltré en su grupo para escribir sobre ellos. O cuando fui a la Antártida y sentía que mis huesos iban a explotar. Pero, en realidad, mi mayor peligro ha sido el tipo de vida que llevo: pasar de hotel en hotel, de avión en avión y así, todo el tiempo.


Se compró una ternera, la crió por dos años y luego la tiró a la parrilla. Todo para contar la pasión argentina por la carne ("La vida de una vaca", Seix Barral 2007).

¿Sin poder conformar una familia: esposa, hijos?
Es difícil que alguien que viaje tanto logre conformar una familia. Yo no la tengo, soy divorciado y no tengo hijos. Las tres relaciones largas que he tenido han sido con mujeres que han viajado mucho más que yo. Pero ni así nos entendimos (ríe).

¿Te consideras un bicho raro?
Yo no, pero sí me han considerado. Estoy haciendo algo diferente a lo convencional y eso hace que no me aburra. Yo creo que el periodismo está lleno de aburridos, sobretodo los que trabajan con horario fijo en redacción.

¿Sentiste, alguna vez, que tu vida es lo más cercano a una ficción?
Sí. Estar en constante movimiento, de país en país, me lleva a que me pasen muchas cosas. Y yo siento que las vidas de la mayoría de mis seguidores son aburridas. Lo sospecho por el Twitter: me piden que les cuente todo lo que hago. Sus vidas no son lo suficientemente divertidas y por eso me preguntan qué me está pasando. Pero, por otro lado, también me parecen extraordinarios aquellos que tienen una vida en un mismo lugar, con una misma mujer, con un solo trabajo, y que tratan de mantener eso todos los días, con el mismo entusiasmo. Esa es una aventura para la cual todavía no estoy preparado, pero que me encantaría experimentar.
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¿Cómo te ves a los 70 años?
No tengo idea de qué va a pasar. Quizás en 30 años las historias se cuenten de una manera que ni siquiera imaginamos. Por eso, la esencia del periodismo portátil es contar historias. La forma en que se cuenten puede ser la crónica extensa o, el día de mañana, quién sabe, talvez se lo haga en pequeños caracteres a través del Twiter. O, más adelante, quizás en código morse.
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De lo que sí estoy seguro es que los diarios, en 30 años, ya habrán entendido lo que yo vengo predicando desde hace mucho tiempo: que tienen que dejar de dar noticias. Los diarios ya no están para dar noticias -para eso está la inmediatez del internet o de la televisión-. Los diarios están para contar historias particulares.
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Dentro de 30 años, quizás luzca más joven (ríe). En serio: cada año que pasa, si uno sigue haciendo lo que le gusta, no envejece. No quisiera ser un viejo que sólo cuente sus experiencias, lo que alguna vez hizo. Me gustaría seguir con proyectos a los 70 años. Me preocupa, eso sí, que a esa edad ya no pueda viajar.
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Meneses abandona la universidad. Su próximo desafío es llegar a salvo al hotel donde está hospedado, en el centro de la ciudad. La mayoría de las calles están cerradas. No hay transporte público. Muchos ciudadanos se han estrenado como ladrones. A esta hora, Guayaquil continúa siendo un rompecabezas inacabado.

*Publicado en la revista Diners, febrero/2011, edición #345

By Arturo Cervantes with 1 comment

1 comentarios:

Fenomenal. Vi el anuncio en la prensa pero se suspendió la conferencia por el chupamedias de Correa.

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