sábado, 27 de febrero de 2010

Un abrazo al pueblo chileno






La tierra se cabrea. Se venga de lo mal que la tratan y pega una tremenda sacudida. Chile es la afectada.


Concepción amanece gris. Se convierte en un pueblo fantasmal con muchas tomas aberrantes. Un rompecabezas inacabado. El cuarto de un adolescente desordenado. La gente grita por los que ya no gritan; llora por los que han dejado de hacerlo. Ladrillos esparcidos, vidrios que se encuentran en su milésima expresión, pedazos de madera por todos lados, árboles talados por la Madre Naturaleza. Escombros por doquier.


Carros aplastados, de cabeza, como si Godzilla hubiese pasado su gigantesca mano en ellos. El puente Viejo que cae al río Bío Bío. Y muchos más que se desmoronan, que se parten en dos, o en tres, y que dejan ver sus costuras, sus varillas que hasta hace poco permanecían escondidas. Pavimentos que se abren y que amenazan con tragarse a cualquiera que pase por ahí. La Universidad de Concepción que arde en llamas. Edificios que caen con facilidad, como si se tratase de un descuido de un niño que juega con legos. Gente atrapada en los escombros de muchas de esas edificaciones, como en la Rivera del Bio Bio, donde muchos dan sus últimos gritos, esperando la ayuda que no llega. Aeropuertos destruidos, vuelos que se suspenden.



Los parques y las plazas se convierten en refugios improvisados. Chilenos en las calles, en pijamas, sin agua, sin luz. De pronto, el hambre deja de ser un asunto que compete sólo a los africanos. Y se lo siente en Chile, en un país que es algo así como de lo mejor que tenemos en Sudamérica. Y el saqueo a tiendas y supermercados deja de ser un delito, y se convierte en una necesidad.



Los chirridos de los carros ambulancia se convierten en un himno nacional. Los pocos hospitales que quedaron en pie, colapsan. Decenas de farmacias saqueadas.


La presidenta chilena Bachelet dice que son 88 los muertos. Piñera, el presidente electo, dice que no, que son muchos más, que son 122. Con el pasar de los minutos esas cifras se multiplicarán Y no habrá consensos.


Los números que se lanzan como si sólo fuesen eso: números, y como si no hubiesen personas detrás de ellos. Y familiares. Y amigos… que seguramente maldicen haber nacido en un país ubicado en el llamado “Círculo de fuego”, una de las zonas más sísmicas de la tierra, donde se producen el 80% de los terremotos, maremotos y temblores que se registran a nivel mundial.


En los foros de los diarios virtuales e internacionales, la gente pregunta por sus conocidos: “Busco a mi hermana Johan Andrea Bolaños, que vive en Coquimbo. Por favor, si saben algo escriban a mande19@hotmail.com. ¡Gracias!”; “¡Necesitamos noticias de Carlos Edgardo Rojas Araya! Vive en Chiguayante. Información a: yaryes@gmail.com.”. “Hola, soy de Perú, necesito tener noticias de mi madre Marta Cárdenas Gallardo. Ella vive en Av. Cristobal colon, las condes, en Santiago. Estoy desesperada no logro comunicarme con ella. ¡Ayúdenme, por favor!”. “¡Por favor, estoy tratando de ubicar a mi papá! ¡Él debería haber estado en Chiguayante a la hora del terremoto! Vive en Hualqui Periquillo. Su nombre es José Luis Hernandez. Agradezco cualquier información: ninfa_sativa@hotmail.com.”. La lista es interminable.


Rafael Correa ofrece su ayuda; José Luis Zapatero, también. Y Evo Morales, que convocó a sus ministros a una reunión de emergencia para socorrer a los damnificados. Y Cristina Fernández, que llamó al celular de Bachelet para preguntarle de qué manera la Argentina podía echar una mano. Y Alan García, que se solidariza con el pueblo chileno y declara el lunes 1 de marzo como día de “Duelo Nacional”. Y el mundo entero, que quiere ayudar. Como sea. Pero ayudar. En estos momentos no hay ideologías, todos son hermanos.


PD: A las 15h00 (hora Ecuador), del día sábado 27 de febrero, según la Oficina Nacional de Emergencia (ONEMI), son 147 los fallecidos. Y aún no puedo comunicarme con Katherine, una amiga que desde hace más de un año vive en Santiago.


By Arturo Cervantes with 3 comments

3 comentarios:

Como dices al inicio de tu entrada, es la tierra que está harta de ser maltratada. Cada vez el clima está peor y menos predecible, y asusta.

¿Qué le estamos dejando a futuras generaciones? No quiero ni pensarlo, hay que actuar. Yo tomo precauciones y las pocas que conozco se las comparto a todas las personas que están cerca mio aunque llegue a cansar como esas viejitas necias. "Desconecta el cargador del celular si no lo estás usando", "No botes esas hojas, hagamos un bloc de hojas recicladas para tomar datos", "Imprime de los dos lados" etcétera.

Igual, lo hecho, hecho está y no hay marcha atrás. Que pena por nuestros hermanos chilenos y haitianos que han sufrido las más drásticas consecuencias. En cualquier momento podemos ser nosotros.

Saludos Arturo, me gustó este post!

Buena nota, muy descriptiva. Una prueba más de que el periodismo no siempre se lo hace en "el lugar de los hechos"; también se puede basar en investigaciones hechas a la distancia pero no por eso poco profundas.
Metiéndome en el contenido, no sé hasta qué punto los saqueos puedan ser justificados (como de hecho tú los justificas). No creo que lo más correcto sea decir que se trata de una "necesidad". Mira lo que dices: "Y el saqueo a tiendas y supermercados deja de ser un delito, y se convierte en una necesidad". Yo te pregunto: ¿robar a gran escala televisores, electrodomésticos y alimentos es una necesidad? Termino mi comentario con esa pregunta abierta. Para que la respondas, obvio.

Ade:

Totalmente de acuerdo. La tierra ya nos está pasando factura. Saludos.

Anónimo:

Supongo que lo observado en los últimos días por las noticias, contradice totalmente lo que digo. Efectivamente, robar "a gran escala", como dices, es un delito como cualquier otro. "Justificable", talvez, si se toma en cuenta que mucha gente perdió todo su capital, y trata con ello de "recuperarse" económicamente, pero delito a fin de cuentas. Saludos.

Publicar un comentario