viernes, 11 de diciembre de 2009

Record buitre

Poseo un record digno de sacar pecho: la mayor cantidad de multas vehiculares en el menor tiempo posible. Lo que pasa es que no he tenido tiempo para registrarlo en los Record Guinness. Pero a ver qué alcance puede tener ahora que lo expongo en este blog.

Martes 3 de noviembre del año que ya mismo expira. Guayaquil, Ecuador. Mi carro rodaba a una velocidad permitida, a 60 km/h, en la Av. del Bombero, cerca del Centro Comercial Riocentro Los Ceibos, al norte de la ciudad. La radio había sido encendida antes de que el auto ruede, como corresponde; Andrés Calamaro sonaba a un volumen prudente. El retrovisor estaba a una altura que no podía ser más precisa para mi 1:70 de estatura. Las dos manos en el volante, en posición “2:50 am/pm”, tal como me enseñaron en la escuela de conducción Aneta. El asiento, a veinte centímetros de los pedales, como rezan los manuales de conducción. Ningún acompañante con quien conversar, con quien distraerme. Los vidrios cerrados, para que no entren los pitos de una ciudad que, seguramente, encabeza la lista mundial de más pitos/minuto. Aire a full para hacerle caso a los estudios científicos (“el calor produce serios despistes al manejar, aumento del tiempo de reacción, cansancio prematuro y hasta agresividad”). Mirada al frente. Cuerpo recto. Todo bien. Muy bien. Hasta que sonó el celular, el cual es, en parte, el culpable de esta historia.

Era mi hermana, mi querida hermana. Quería que la recoja en Riocentro. “Yo estoy al frente de Riocentro”, le dije, feliz de la coincidencia. “Ya voy, en un minuto estoy ahí, cuenta hasta sesenta, uno, dos, oh, no, espera... ¡Diablos!”. Un vigilante que, ¡lo juro!, tenía cara de buitre, me detuvo.

Pero no estoy hablando en sentido figurado. Tampoco estoy haciendo eco a una denominación que los guayaquileños le han dado a todos los vigilantes de la Comisión de Tránsito del Guayas. Estoy siendo literal: el tipo tenía un cuello larguísimo, una papada que se le caía y unos hombros que estaban más elevados de lo humanamente normal. El buitre (DRAE: Persona que se ceba en la desgracia de otro), me comunicó el motivo por el cual me había detenido, por si acaso se me ocurría pensar que era para darme los buenos días: “Usted acaba de cometer una infracción: no se puede hablar por teléfono mientras se conduce”. Por la misma razón por la que nunca regateo, decidí que tampoco depositaría billetes debajo de la libreta con la que, diariamente, hace negocios: soy malísimo para hacerlo. ¿El resultado? Contravención leve de segundo grado, cuarenta dólares americanos y tres puntos menos de los pocos que le quedan a mi licencia. Le di las gracias, me despedí cortésmente, como si fuese un conocido de años, y puse en marcha el carro. Eché una mirada al retrovisor para, por última vez, observarlo: juraría que lo vi elevarse del pavimento.

Ahora es preciso sacar el cronómetro. Avancé un poco y detuve el carro donde mi hermana estaba parada, en los exteriores del centro comercial, en un lugar prohibido. Al hacerlo, corché el ritmo de un carro que, para hacer más dramático el asunto, se quedó detrás del mío (a pesar de que podía rebasarme). El orejudo que lo manejaba me pitó varias veces, con talento guayaquileño. Aunque era conciente de que era él quien tenía la razón –y no yo-, le saqué un dedo que me estorbaba. Todo por la violenta forma en que utilizó su pito y su boca. Finalmente, le grité la profesión de su madre (creo que acerté), y me fui.

Todo el espectáculo había sido presenciado por otro señor buitre, que se encontraba a menos de media cuadra de la escena, y que yo ignoraba. El vigilante estiró todos los dedos de su mano, y eso, en lenguaje-buitre, significa “detén el carro que tengo hambre”. No había pasado más de un minuto y medio desde la anterior infracción. Ahora sí, con la experiencia adquirida, intenté sobornarlo: mi última salida, la única opción que tenía para evitar una nueva multa, nuevos cuarenta dólares (u ochenta yankees en menos de dos minutos). Pero mi intento de soborno fue torpe. Los expertos en el arte del soborno recomiendan dibujar un cuatro con la mano derecha, y sostener el dinero con el pulgar, de manera que apunte al piso. También, dicen, se debe dar la cantidad, no preguntarla. Yo lancé una pregunta ingenua: “¿Cuánto quiere?”

-No quiero nada. Además, ya llené la cita.

En ese momento alcé los brazos al cielo y pedí compasión.

PD: Agradezco a mi queridísima hermana, a los dos buitres hambrientos que se cruzaron por mi camino, a mi celular Nokia a prueba de agua, a mi carácter traicionero y a mi eficiencia para atender celulares mientras manejo: sin todos esos recursos/talentos, jamás lo hubiese logrado.

By Arturo Cervantes with 2 comments

2 comentarios:

"Pero haber qué alcance puede tener" / "Pero a ver qué alcance puede tener"

Anónimo:

Error de grueso calibre. Ya lo corregí. Gracias.

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