martes, 15 de febrero de 2011

Gotas biográficas II (mi intento de tenista)

Todos me regresaron a ver, sintiendo una sincera lástima ajena. Un vendedor de helados, que cargaba un gorro de aspecto jocoso y que pasaba por ahí haciendo bulla con su carrito chillón, dejó de hacerlo cuando me vio. Un niño, que iba agarrado de la mano de su madre, me señaló como se señala a los trapecistas deformes o a los gigantes de dos metros y medio en los circos. Y sólo una anciana de fealdad sobresaliente (¡qué sería de este país sin las ancianas de fealdad sobresaliente!), con cabello maltrecho y con un rostro lleno de grietas, tuvo las agallas de preguntarme qué diablos me pasaba.

Caminaba por la congestionada Av. 9 de Octubre, cuando sucedió: mi brazo, rebelde ante cualquiera de mis órdenes, se movió por voluntad propia, cobró vida, y simuló el mejor de los derechazos tenísticos. Luego lanzó un revés al aire sólo digno de Roger Federer. Y, así, se fue de largo, continuó con un drop shot, luego se estiró para realizar un remate demoledor y casi rasguña el suelo para elaborar un slice de ataque más corto punzante que un estilete.

Me sucede a menudo.
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Y en cualquier sitio.
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Y a cualquier hora.
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Yo lo llamo el síndrome post-tenístico. La Ciencia ya perdió todas las esperanzas conmigo y sólo se limita a decirme lo que ya sé: que fueron muchos años los que intenté ser tenista, que esos reflejos me acompañarán hasta mis últimos días, que no hay cura para ese mal.

Recuerdo que en mi primer año de tenista no gané ni los sorteos. Recuerdo que, en la primera ronda de un torneo en Quito, me ganaron 6-0, 6-0 y que mi rival se desperezaba antes de conectar cada servicio. Recuerdo que más demoró mi vuelo a la capital que aquel partido. Recuerdo que la primera vez que gané un encuentro fue por W. O (no presentación del rival). Y recuerdo también que la única vez que jugué una final fue en un sueño. Algo es algo, pensé cuando me levanté.

Hubiese seguido así, de largo, necio como un ateo, de no ser porque un amigo, que administraba una página web de deportes y que se enteró que constantemente viajaba por el Ecuador para jugar torneos juveniles, me cogió de pato. O sea, de reportero deportivo. La idea me atrajo: me descalificaban de todos los torneos en menos de lo que tarda un parpadeo y, luego, me dedicaba a escribir todo lo que veía. Con mi pluma despedazaba los talentos tenísticos ajenos. Con mi pluma criticaba los estados de las canchas y a los organizadores. Con mi pluma, hasta tuve aires de meteorólogo de CNN y me animaba a anticipar el clima que se avecinaba antes de los partidos.

Hasta que, un día, un día de esos en que el cielo te regala un rayo de verdad, me di cuenta que era más fácil hacerlo fuera de la cancha que dentro de ella. Lo mismo que, creo, le debe haber sucedido al barrigón de Carlos Victor Morales (¿se lo imaginan corriendo?) o a Vito Muñoz (¿se puede cabecear con su cabeza cuadrada?). Y, si todo esto es verdad, si en verdad existimos y la vida no es una farsa, aquí estoy, con los dedos morados de tanto darle al teclado. Una vez más.
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*Publicado en la Revista La U, febrero/2011, edición #346

By Arturo Cervantes with No comments

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