Entrevista a Juan Fernando Andrade

Hoy, el diario Expreso (en su edición impresa, no web) sacó un especial denominado "Guayaquil Universitario". ¿La idea? Poner a escribir a estudiantes de Periodismo de ocho universidades diferentes

Dos semanas como reportero del Extra

Cada que cuento que trabajaré en el Extra, alguien intenta asesinarme. Y por cualquier vía. Ya sea llamándome a mi celular, enviándome un mensaje por Twitter o insultándome cara a cara, como Dios manda

¡Los peligrosos deportes inofensivos!

Es una despiadada mentira decir que los deportes mortales son los que te matan. Mi experiencia muy cercana con deportes, aparentemente, inofensivos me lleva a afirmar todo lo contrario

If you are going [...]

Gerry

Cuando terminé de ver esta peli, no sabía si ponerme de pie y aplaudir efusivamente o regalarme (urgente) un fin de semana en un spa

Terminemos el Cuento (2008)

Ya son casi 3 años desde que obtuve el segundo lugar en Terminemos el Cuento: uno de los concursos literarios más importantes del país

viernes, 25 de diciembre de 2009

Érase una vez el amor pero tuve que matarlo



Te levantas de la cama, luego de hacer caso omiso a los tres primeros llamados de tu alarma. Te alistas para ir a la universidad. Te das cuenta que tu reloj tiene deseos de llevarte la contra. Te apresuras. Es lunes, muy pocas cosas buenas ocurren un día como ese, por lo que consideras un logro el solo hecho de haber llegado a tiempo a tu clase de Literatura Contemporánea. Tu profesora entra al aula, anda con buen ánimo. Casi de improvisto, la escuchas hablar de una novela a la que califica como “desgarradora” y “pequeña joya”. Consume toda la hora introduciendo datos del autor, algo del contexto histórico y pequeños abrebocas sobre la trama. De repente, tu maestra cambia su rostro efusivo y amenaza con un control de lectura para la siguiente clase. La dosis suministrada surge el efecto deseado: luego de terminada la hora, corres -en el sentido literal de la palabra- a una librería a comprar Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, del escritor colombiano Efraim Medina Reyes. Lees las primeras páginas, el estilo experimental de la novela te atrae. Sigues leyendo: mientras caminas, mientras comes papas fritas y das sorbos a una Coca Cola en lata, mientras vas al baño, mientras alimentas a tu perro, mientras agarras de la mano a tu pelada. Cuando te detienes, cuando dejas de leer, te das cuenta que ya es demasiado tarde: has desgastado, en menos de un día y casi de un tirón, toda la novela.


Rep ama a cierta chica. Ella, a su vez, no lo ama y por eso terminó casándose con un tipo de contextura similar a un flan: juntos tuvieron flancitos. Rep juega fútbol playero y anota goles. Muchos goles. Excepto cuando cierta chica lo ve. Tiene sexo con muchas mujeres, pero eso no lo hace olvidar a cierta chica. Rep bebe hasta perder el conocimiento; fuma marihuana hasta desprenderse totalmente del mundo en el que vive: lo hace pensando en cierta chica.


Érase una vez el amor pero tuve que matarlo se nutre de rabia. Esta novela está compuesta por historias que bien podrían ser leídas por separado. La razón es simple: están escritas a manera de diario y son sucesos que suceden en fechas que distan, en ocasiones, por más de diez años. Sin embargo, Medina Reyes ha sabido cómo conjugarlo todo para tratar temas propios de toda urbanidad. Y de toda juventud: sexo, alcohol, amor y drogas. De ahí que esta, su última novela urbana, tenga mucho de esos temas ineludibles.



Efraim Medina Reyes, escritor nacido en Cartagena de Indias en 1967



Pero también tiene mucho de rock. De hecho, resulta imposible entender Érase una vez el amor pero tuve que matarlo sin echar un vistazo a la contracultura de los roqueros (en el libro se cuentan historias paralelas de dos ex músicos: Kurt Cobain, ex-vocalista de Nirvana; y Sid Vicious, ex-bajista de Sex Pistols. De personalidades controversiales, por supuesto, como todo en el libro).


Esta obra de Medina Reyes está escrito de una manera experimental, con un lenguaje poco trabajado pero directo y de una manera que siempre despertará polémica. De su literatura, inclusive, se ha dicho que es una “urbanidad de carroña”. Cierto o no, lo único seguro de Érase una vez el amor pero tuve que matarlo es que no está hecho para ser un clásico de la literatura; ni su autor para ser un candidato al Premio Nobel. A Medina Reyes parece no importarle cuánto lo carcoma la crítica por sus imperfecciones narrativas que él tanto defiende. Imperfecciones que, sin embargo, muestran de una manera terriblemente cierta la realidad circundante. La realidad que todos conocemos pero que otros quieren obviar porque no es "digna" de la literatura. Medina Reyes es de los pocos escritores que todavía piensan en la literatura como acto catártico. Y yo de los pocos lectores que aún piensan en los libros como acto hedonista.


By Arturo Cervantes with 6 comments

viernes, 11 de diciembre de 2009

Record buitre

Poseo un record digno de sacar pecho: la mayor cantidad de multas vehiculares en el menor tiempo posible. Lo que pasa es que no he tenido tiempo para registrarlo en los Record Guinness. Pero a ver qué alcance puede tener ahora que lo expongo en este blog.

Martes 3 de noviembre del año que ya mismo expira. Guayaquil, Ecuador. Mi carro rodaba a una velocidad permitida, a 60 km/h, en la Av. del Bombero, cerca del Centro Comercial Riocentro Los Ceibos, al norte de la ciudad. La radio había sido encendida antes de que el auto ruede, como corresponde; Andrés Calamaro sonaba a un volumen prudente. El retrovisor estaba a una altura que no podía ser más precisa para mi 1:70 de estatura. Las dos manos en el volante, en posición “2:50 am/pm”, tal como me enseñaron en la escuela de conducción Aneta. El asiento, a veinte centímetros de los pedales, como rezan los manuales de conducción. Ningún acompañante con quien conversar, con quien distraerme. Los vidrios cerrados, para que no entren los pitos de una ciudad que, seguramente, encabeza la lista mundial de más pitos/minuto. Aire a full para hacerle caso a los estudios científicos (“el calor produce serios despistes al manejar, aumento del tiempo de reacción, cansancio prematuro y hasta agresividad”). Mirada al frente. Cuerpo recto. Todo bien. Muy bien. Hasta que sonó el celular, el cual es, en parte, el culpable de esta historia.

Era mi hermana, mi querida hermana. Quería que la recoja en Riocentro. “Yo estoy al frente de Riocentro”, le dije, feliz de la coincidencia. “Ya voy, en un minuto estoy ahí, cuenta hasta sesenta, uno, dos, oh, no, espera... ¡Diablos!”. Un vigilante que, ¡lo juro!, tenía cara de buitre, me detuvo.

Pero no estoy hablando en sentido figurado. Tampoco estoy haciendo eco a una denominación que los guayaquileños le han dado a todos los vigilantes de la Comisión de Tránsito del Guayas. Estoy siendo literal: el tipo tenía un cuello larguísimo, una papada que se le caía y unos hombros que estaban más elevados de lo humanamente normal. El buitre (DRAE: Persona que se ceba en la desgracia de otro), me comunicó el motivo por el cual me había detenido, por si acaso se me ocurría pensar que era para darme los buenos días: “Usted acaba de cometer una infracción: no se puede hablar por teléfono mientras se conduce”. Por la misma razón por la que nunca regateo, decidí que tampoco depositaría billetes debajo de la libreta con la que, diariamente, hace negocios: soy malísimo para hacerlo. ¿El resultado? Contravención leve de segundo grado, cuarenta dólares americanos y tres puntos menos de los pocos que le quedan a mi licencia. Le di las gracias, me despedí cortésmente, como si fuese un conocido de años, y puse en marcha el carro. Eché una mirada al retrovisor para, por última vez, observarlo: juraría que lo vi elevarse del pavimento.

Ahora es preciso sacar el cronómetro. Avancé un poco y detuve el carro donde mi hermana estaba parada, en los exteriores del centro comercial, en un lugar prohibido. Al hacerlo, corché el ritmo de un carro que, para hacer más dramático el asunto, se quedó detrás del mío (a pesar de que podía rebasarme). El orejudo que lo manejaba me pitó varias veces, con talento guayaquileño. Aunque era conciente de que era él quien tenía la razón –y no yo-, le saqué un dedo que me estorbaba. Todo por la violenta forma en que utilizó su pito y su boca. Finalmente, le grité la profesión de su madre (creo que acerté), y me fui.

Todo el espectáculo había sido presenciado por otro señor buitre, que se encontraba a menos de media cuadra de la escena, y que yo ignoraba. El vigilante estiró todos los dedos de su mano, y eso, en lenguaje-buitre, significa “detén el carro que tengo hambre”. No había pasado más de un minuto y medio desde la anterior infracción. Ahora sí, con la experiencia adquirida, intenté sobornarlo: mi última salida, la única opción que tenía para evitar una nueva multa, nuevos cuarenta dólares (u ochenta yankees en menos de dos minutos). Pero mi intento de soborno fue torpe. Los expertos en el arte del soborno recomiendan dibujar un cuatro con la mano derecha, y sostener el dinero con el pulgar, de manera que apunte al piso. También, dicen, se debe dar la cantidad, no preguntarla. Yo lancé una pregunta ingenua: “¿Cuánto quiere?”

-No quiero nada. Además, ya llené la cita.

En ese momento alcé los brazos al cielo y pedí compasión.

PD: Agradezco a mi queridísima hermana, a los dos buitres hambrientos que se cruzaron por mi camino, a mi celular Nokia a prueba de agua, a mi carácter traicionero y a mi eficiencia para atender celulares mientras manejo: sin todos esos recursos/talentos, jamás lo hubiese logrado.

By Arturo Cervantes with 2 comments

lunes, 7 de diciembre de 2009

¿Navidad?



Escribo esto minutos después de recibir la llamada de un amigo que, con tono melancólico, me contó la seguidilla de peleas que en estos días ha protagonizado junto con su novia, amigo que concluyó su discurso depresivo con una frase que no es lapidaria, pero casi: “Talvez es la navidad la que me pone así”. Escribo esto segundos después de aparecerme –sin aparecerme- por el Messenger (estaba offline) y, en ese estado, curiosear el nick de una amiga que sintetiza de forma perfecta su sentimiento hacia estas fechas: “Deseo de navidad: ¡No llegues!”.

¿Qué mierda es la navidad?

No puedo dar una respuesta precisa, tan sólo elucubraciones. ¿Son, acaso, los regalos? ¿O la celebración de la llegada de un niño a este mundo (por cierto, cada día nacen millones y, de esos, 17000 mueren cada 24 horas por hambre. Y nadie dice nada)? ¿O el viejo, casi ciego, gordo y barbón de traje rojo (¡fíjense qué atributos tan dignos de alabar!)? ¿O los muñecos de nieve? O todo eso junto. O nada de lo mencionado.

En casi dos mil años no se ha logrado unificar tantos sentimientos divergentes hacia la navidad. Sentimientos, dicho sea de paso, que fueron fabricados en el mismo planeta. Por distintas personas, sí, pero en el mismo planeta. Y así y todo, los científicos sólo se preocupan por hallar la cura para el Sida o para el Calentamiento Global.

De pequeño la navidad eran los regalos, punto. La creencia en el viejo barrigón se disolvió el día en que observé un disfraz perfectamente diseñado en el cuarto de mis viejos.

En mi actual estado, cerca de lograr una hazaña que no consta en el libro gordo de los Records Guinness: casi dos décadas y sigo respirando, la navidad es sólo un instante ameno de reunión con mi familia, pavo y más pavo, y un árbol artificial cómplice de ese espectáculo.

Y la excusa perfecta para actualizar un blog que lo tenía descuidado.

By Arturo Cervantes with 6 comments